Un puñal en la entrepierna, por Gemma Lienas

 

Las viñetas de El Roto siempre me impresionan por su inteligencia, por su acidez y, sobre todo, porque resumen de forma precisa los conceptos más complejos: El Roto es a la ilustración lo que los haikus a la poesía. La que publicó el pasado domingo también era memorable. Se titulaba Violencia de género y estaba representada por una figura masculina de la que sólo se veían la cintura y las piernas, entre las que pendía un puñal colgado de un breve cordoncillo apoyado en las caderas.
Esa viñeta era la síntesis perfecta de la violencia de género, ésa que, en todo el mundo, sufren las mujeres a manos de los hombres. Una violencia estructural, es decir, organizada y basada en determinadas ideas que llevan siglos transmitiéndose y cuyo resultado más patente es que la mayoría de las mujeres asesinadas en el planeta lo son a manos de un varón conocido: un familiar o un amigo. En cambio, la violencia que sufren los varones es coyuntural, esto es, fruto de las circunstancias, por lo que la mayoría de hombres asesinados lo son por un desconocido. La violencia dentro de la familia es, según Amnistía Internacional, la principal causa de muerte para muchas mujeres de entre 16 y 44 años, por encima del cáncer o los accidentes de tráfico.
Por ello, El Roto representa al varón –un varón genérico- con un puñal en la entrepierna a modo de genitales. Y no porque la naturaleza haya dotado al hombre de una compulsión irreprimible hacia la violencia, sino porque la cultura –la patriarcal, que preconiza la superioridad masculina y la subordinación femenina- así lo ha modelado.
Es obvio, pues, que para terminar con ese horror debemos cambiar las ideas. Y eso sólo se puede conseguir mediante la educación. Sin embargo, a juzgar por los resultados del estudio Igualdad y prevención de la violencia de género en la adolescencia y juventud de la Universidad Complutense y el Ministerio de Igualdad, en el que han participado 11.020 adolescentes de España, parece que ese cambio de mentalidades sigue sin producirse.
Según el estudio, un tercio de los chicos (32,1%) corre el riesgo de convertirse en maltratador y casi un 5% de las chicas ha sufrido ya algún episodio de violencia de género. Lo que resulta consecuente con su forma de pensar: el 35% de los chicos y el 26% de chicas consideran que controlar todo lo que hace la novia no es maltrato; el 33,5% de ellos y el 29,3% de ellas creen que los celos son una expresión del amor; casi un 10% de muchachos y casi un 7% de muchachas piensan que en una pareja el hombre tiene que ser un poco superior a la mujer; un 6,8% de ellos dicen que cuando un hombre maltrata a su pareja es porque ésta se lo ha buscado; y un 5,3% de los varones creen que la mujer debe evitar llevar la contraria al hombre frente al 2,9% de ellas.
Las ideas de esos y esas adolescentes son fruto de modelos que ven repetidos una y otra vez. Por ejemplo: sábado tarde, en el televisor, dibujos animados para críos de 6 años; el argumento: un sultán de un harén con unas 50 mujeres cubiertas con velo integral está enfadado porque éstas no obedecen con prontitud y lo comenta con la favorita, la cual urde una plan para conseguir la obediencia de las compañeras, ganándose así más favores del patriarca. Otro ejemplo: noche de lunes, la familia cena; la madre se levanta a recoger los platos y a servir el segundo, el padre se queda repanchingado. Tercer ejemplo: el patio del colegio; los niños juegan al fútbol ocupando todo el espacio central, las niñas hablan entre ellas en la periferia del campo.
Pequeños ejemplos, a los que podríamos sumar muchísimos más, que contribuyen a dejar claro quién manda y quien obedece. Y, por supuesto, si quien debe someterse no lo hace, puede recibir el castigo «pertinente».
Porque todavía queda mucho que hacer, especialmente en el terreno de la educación, siguen siendo imprescindibles los Institutos de la Mujer de todas las comunidades, incluido, claro está, el de Castilla-La Mancha, que el gobierno del señor Barreda pretende fulminar.

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