Haití, “mon amour”, el azúcar que tomamos está manchada con tu sangre, por Charo Altable Vicario

Charo Altable Vicario. (Viaje a Haiti. Marzo 2016)

Desde el avión veo el agua azul turquesa del mar que bordea a Haití y otras islas del Caribe. A medida que bajamos, veo los techos metálicos, relucientes como espejos, de las casas y habitáculos varios; demasiados techos relucientes, demasiado metal, demasiado calor bajo ellos. Pero también están los techos de hoja de palma que dan una sombra fresca y hermosa.

Desde el avión divisamos también las montañas semipeladas o totalmente peladas, que contrastan con las montañas de un verde exuberante de la República Dominicana. Y ya más cerca del suelo podemos ver los plataneros, los hermosos flamboyanes de flores enracimadas y rojas, adelfas, buganvillas, hibiscos y otros muchos árboles frutales caribeños. Coexisten en Haití el secarral y el vergel, en un país hermoso destrozado por los terremotos naturales y humanos. Un país donde encontramos la paz y amabilidad de sus gentes y también, a veces, la reserva y la violencia que nacen de su historia, hecha de sueños, de esperanza y de frustraciones, una historia hecha de expolios y explotación humana y de la naturaleza,  de colonos y metrópolis occidentales con alma de rapiña.

 Recordemos que la mayoría de los indios de La Española fueron eliminados por los conquistadores  españoles, sustituidos luego por los esclavos negros (Carlos V autorizó en 1517 la exportación de 15.000 esclavos a La Española). Y cuando éstos conquistaron su independencia en 1804, el primer país independiente de América, se encontraron con el rechazo de Francia y de muchos países europeos. Lo que hace Francia entonces es inaudito;  impone a Haití una deuda de 150 millones de francos en compensación por las pérdidas económicas que supone la independencia, no solo para los colonos sino para la economía francesa que sacaba extraordinarios réditos de la explotación de su colonia. Haití debe pagar esta deuda bajo una amenaza; si no lo hace Francia empleará su flota de guerra. Haití pagará esta deuda y tardará más de un siglo en pagarla, lo cual generará en los haitianos de todas las generaciones un gran rencor, indignación y rechazo a esta deuda escandalosa y al comportamiento neocolonial de Francia.

 ¿Pero cómo va a pagar esta deuda? Para esos están los bancos. Y Haití se verá obligada a pedir préstamos a sus banqueros interiores (alemanes y americanos) y exteriores (franceses). Esto ocurre en una época en que Lenin termina su estudio sobre el imperialismo escribiendo: “Los franceses son los usureros de Europa. La República francesa es una monarquía financiera”. Y efectivamente, el capital francés afluyó a Haití en unas condiciones ruinosas para la economía nacional. El estado haitiano hipotecará todos sus recursos naturales para devolver  el capital prestado con un interés del 15 al 30%. El país agotado y arruinado por esta deuda colonial conoce un periodo de revoluciones campesinas en el Norte, que se rebelan ante la carestía de la vida, pero los banqueros alemanes y americanos que sostenían a políticos corruptos hicieron fracasar estos  y otros movimientos.

Cuando se habla de Haití como el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, debemos pensar en los usureros occidentales y americanos confabulados con los gobernantes corruptos.  Con esta tradición de siglos podemos encontrarnos con personas generosas del pueblo haitiano, dispuestas a cambiar las cosas, y con otras dispuestas a la rapiña y la corrupción con tal de obtener riquezas o algo para vivir, tomando el ejemplo de gobernantes, comerciantes y colonos desalmados. Nos encontramos también con un país desestructurado, con problemas de salubridad; basura plástica por los campos, carreteras, calles y ríos; con problemas de agua que no llega a muchas casas más que dos días a la semana, cuando llega, y a veces no es potable;  con una falta de organización agrícola y comercial, a pesar de algunos esfuerzos particulares; con una gran falta de escuelas y hospitales públicos (el 80 0 90% son privados, que no puede pagar la gran mayoría de la gente, ni puede comprar medicinas, pues subsiste como puede, vendiendo lo poco que tiene o trabajando por nada) y, sin embargo, con una música, literatura y artes plásticas magníficas. Un arte que es la escritura de la vida, la que quisieran llevar. De ahí esos cuadros naif de paraísos perdidos y esperados.

Por si esto fuera poco, la carestía de la vida es equiparable a la europea y americana, con una agricultura de subsistencia que necesita proyectos de organización y comercialización interna para abastecer al país y no a los intereses de las multinacionales.

Sólo así se comprende el gran éxodo haitiano de los más pobres hacia La República Dominicana,  para trabajar en la caña de azúcar. Recordemos que muchos haitianos fueron vendidos por su gobierno secretamente, en condiciones de esclavitud, al gobierno dominicano. Sus descendientes ahora son apátridas, ni haitianos, ni dominicanos. Pero no sólo los pobres emigran, también lo hacen gente preparada profesionalmente; ingenieros, médicos y toda clase de universitarios hacia EE.UU., Europa o Canadá.

¿Cómo puede sobrevivir entonces Haití?

Sin duda, como en todas las guerras, sean estas con armas  de balas o de hambre, gracias al ingente trabajo de sus mujeres, que multiplican los alimentos, venden lo poco que tienen, lavan sin parar y cargan con fardos impresionantes que transportan en sus cabezas. Por eso no conozco otro país donde la gente marche con tanta dignidad, vaya con ropa tan limpia y planchada, con un gran gusto por los colores y el peinado.

Se necesita entonces invertir en  educación y formación de las mujeres que son, como decía Vicente Ferrer,  motor de cambio social y el corazón de la humanidad. Son las sostenedoras de la vida y de la esperanza.

Se necesita invertir en la educación y formación de la infancia y juventud que sueñan en mejorar el país, en hacer otro país posible.

Se necesita, sin duda, otra revolución interior sin sangre, una revolución ética de mentes y conciencias, con proyectos comunitarios que cambien las estructuras. Se necesita otra manera de entender y realizar la cooperación con este país, al que occidente ha maltratado con su rapiña y destrucción. Y aún hoy algunas gentes, y gentes de la administración valenciana, como Blasco y compañía, con dinero público para proyectos de cooperación con este país, han seguido usando la rapiña y corrupción en beneficio propio. Nunca podremos perdonarlo ni olvidarlo, y Haití tampoco. Reparar este daño y devolverlo a Haití lo que le corresponde y se había decidido es urgente y responsabilidad de todas las personas que trabajamos en contra de la corrupción, el engaño y la rapiña, porque es dinero público de toda la ciudadanía. Y estamos de acuerdo en devolvérselo a Haití.

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