Las mujeres ALIBI, por Sara Berbel

Se preguntarán ustedes por qué recurro a un término ya antiguo, en pleno siglo XXI. Las mujeres alibí, mujeres de excepción o las también llamadas “mujeres coartada” han estado presentes en prácticamente todas las épocas históricas. Si las cito ahora es porque me parece que debemos estar especialmente alerta ante este fenómeno que puede contribuir a un retroceso en los avances por la igualdad de las mujeres.
El término fue acuñado por la propia Hanna Arendt cuando fue invitada a dar algunos seminarios en la Universidad de Princeton en 1953. Se trataba de la primera mujer a quien se confería ese honor, cosa que muchos colegas le hicieron notar con satisfacción. Sin embargo, para sorpresa de todos, lejos de sentirse halagada, Hannah respondió muy críticamente, incomodada ante la obligación de jugar el rol de “femme alibí”. Con esta expresión establecía un paralelismo con los llamados “judíos alibí” que definían a aquellas personas de excepción que creen en su propia calidad de elegidas, sin ser conscientes de que esa excepcionalidad en realidad depende de quien escoge y rechaza, y no de su valía o mérito propio.
Victoria Sau se hizo también eco de esta definición y la incluye en su Diccionario Ideológico Feminista, refiriéndose a aquellas mujeres que se han abierto paso en ámbitos muy masculinizados y que se explican su presencia en ellos por su propia valía y la ayuda masculina recibida, de forma que públicamente justifican que no haya más mujeres por su propia incapacidad, no porque los hombres o el sistema establecido pongan ningún tipo de obstáculos. Sin embargo, los grupos sociales en el poder apoyan y conceden alto estatus a aquellas personas que creen les resultarán beneficiosas para sus objetivos, y no a quienes los cuestionan o ponen en peligro. La mujer alibí, se constituye, por tanto, en la perfecta coartada para disimular el sexismo y la discriminación femenina en la sociedad. El sistema androcéntrico tolera el ascenso de algunas de ellas, incluso las protege y las promociona, configurando así una pantalla que impide ver todas las trabas reales para que ascienda la mayoría. No es casualidad que en la antigüedad esta figura de la coartada era un pacto al que llegaba el esclavo con su amo de cara a su liberación individual.
El sistema de la coartada está muy extendido en nuestra sociedad pero es especialmente visible en los lugares donde impera la derecha política, ámbitos en que se abomina de las cuotas y se pretende que sólo accedan al poder las mujeres “que valen”. Pero, ¿quién decide tal mérito? Por eso, en momentos de derechización de nuestra sociedad como el que estamos viviendo, donde las políticas de igualdad experimentan un claro retroceso, resulta especialmente significativo desenmascarar esta actitud. Por eso también deviene imprescindible apoyar la autoridad de las mujeres cuando tenga un componente político, es decir, cuando actúe como refuerzo de la autoridad del conjunto de las mujeres. Por supuesto, todas las mujeres, sea cual sea su ideología, tienen el derecho, e incluso el deber, de acceder a todos los ámbitos de nuestra sociedad para participar en ella, pero desde la izquierda política debemos especialmente apoyar a aquellas con conciencia social y feminista. No hacerlo puede representar un retroceso en el acceso de la mayoría silenciosa, las de clase socioeconómica inferior, las que tienen riesgo de exclusión, aquellas que no tienen ninguna excepción en la que ampararse. Sin compromiso político, sin conciencia feminista ni social, posiblemente llegue un momento en que sólo hallemos “mujeres coartada”.

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