No decimos adiós, por Mar Vicent García

En el siglo de la revolución de las mujeres no parece creíble que vayamos a permanecer inertes y resignadas más tiempo del indispensable para organizar la reacción

Por eso, en realidad, no decimos adiós. Es más bien un “hasta luego”, o mejor aún, un “hasta pronto”. Y ya se sabe que las mujeres no alardeamos, ni fanfarroneamosSon épocas de despedidas. Adiós a las políticas de conciliación, a las campañas contra la violencia de género. Adiós a los planes de igualdad en las empresas, a las medidas antidiscriminatorias en el ámbito laboral. Es el resultado de los efectos complementarios de una reforma laboral letal para las mujeres junto con unos presupuestos coherentes con toda una política de recortes que viene de lejos y pretende llegar más lejos todavía.
Las que dicen ser soluciones a la crisis, son precisamente las medidas que hacen necesario sacar los pañuelos para despedir a una serie de derechos y recursos con los que se pretendía equilibrar la miope balanza social que carga sobre las mujeres responsabilidades de forma injusta y solapada mientras que les niega participar de forma igualitaria en los espacios públicos.
No hay que equivocarse. Se recorta y se suprime aquello que no se considera importante. Aquello que es considerado accesorio o prescindible por quienes gobiernan. Y ahí estamos nosotras, las mujeres y nuestros derechos. Nosotras, las eternas víctimas. Nosotras, que nos quejamos de vicio, quizás por una incomprensible falta de autoestima que nos hace reclamar cansinamente que queremos un lugar en el mundo, tan habitable como cualquier otro. Pero si nos tratan como a reinas, si nos abren las puertas para que pasemos primero, si no se cansan de alegrarnos los oídos con sinceros y cálidos elogios… Si el mundo es nuestro y hacemos lo que queremos…
Pero en justa contrapartida, en la hora de las privaciones hemos de estar dispuestas a contribuir con generosidad al sacrificio que se nos exige a todos. Si la imprescindible austeridad que nos hará recuperar el favor de esos mercados a los que hemos defraudado, exige el cierre de las escuelas infantiles y por supuesto el olvido de cualquier promesa de ampliación de plazas, habremos de ser nosotras las mujeres, como siempre ha sido, las que acunemos en nuestros brazos a los menores que tanto nos necesitan. Siendo imprescindible la paralización de la Ley de Dependencia e imposible al parecer, la promulgación de leyes que aumenten la presión fiscal y que incrementen la recaudación, no se trata de dejar a las personas dependientes en la calle, porque sería inhumano e incivilizado. Pero se puede requerir a las mujeres, estimulando su instinto protector y su afán de dar cuidados para que los ejerzan full time y sin retribución, como sólo ellas saben y quieren hacer.
Al fin y al cabo, dado el enorme número de personas sin trabajo, las mujeres no tienen derecho a reclamar lo que no hay, así que deben retomarse las viejas costumbres y tradiciones que nunca han caducado del todo y volver a ese hogar y a esas tareas que nadie mejor y más barato que ellas puede desempeñar.
Son adioses pero de ninguna forma definitivos. En el siglo de la revolución de las mujeres no parece creíble que vayamos a permanecer inertes y resignadas más tiempo del indispensable para organizar la reacción. Por eso, en realidad, no decimos adiós. Es más bien un “hasta luego”, o mejor aún, un “hasta pronto”. Y ya se sabe que las mujeres no alardeamos, ni fanfarroneamos. Sólo, con prudencia y absoluta seguridad, hacemos la advertencia necesaria para que nadie se lleve a engaño.

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