Mujeres indígenas migrantes, derechos humanos y el neoliberalismo multicriminal por SHANNON SPEED

Por Shanon Speed. La violencia que sufren las mujeres migrantes y la indiferencia de los oficiales ante la violación de sus derechos son productos de largas historias de violencia genocida y de ideologías y fuerzas de poder actuales

La migración indígena, desde México y Centro América, ha aumentado en años recientes y se estima, que hoy en día, hay entre 500.000 y 1.250.000 inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos cuyo idioma nativo no es el español[1]. Para estos migrantes indígenas, el viaje desde sus países de origen es aun más riesgoso, la vida en los Estados Unidos más difícil, y la detención de inmigración aun más aislante y aterradora que para otros migrantes. Las mujeres indígenas, en particular, son vulnerables en una multiplicidad de formas, enfrentando a una serie de abusadores potenciales a cada paso.
A pesar de este nuevo panorama migratorio, la literatura sobre migrantes indígenas es muy limitada. En los Estados Unidos, esta literatura se ha enfocado mucho en los grupos que llegaron a un lugar y que lograron reconstruir su comunidad, identidad y cultura, o en comunidades bi-nacionales, que mantienen vidas y participan en comunidades en dos lugares. Estas son dinámicas importantes, y hay trabajos excelentes que han contribuido a nuestra comprensión de los nuevos espacios transnacionales. Pero se ha estudiado menos el proceso de la migración en sí misma, el tiempo movedizo, los periodos intermedios cuando las personas no se han establecido, cuando están en movimiento, en tránsito a través de varios espacios nacionales y locales. Estos migrantes son los que ponen el “trans” en lo transnacional, y sus historias nos dicen mucho sobre lo que significa ser mujer indígena latinoamericana en el momento actual, un momento que, desde mi perspectiva, está definido no tanto por un neoliberalismo multicultural o “pos-neoliberalismo”, sino mas bien por un “neoliberalismo multi-criminal”, en que los Estados violentos, corruptos y sin ley, están dominados por ánimos de lucro y carecen de cualquier regulación razonable o protección de los derechos humanos básicos.
Sin duda alguna, a pesar de las reformas multiculturales que se dieron en varios países latinoamericanos, en la década de los noventa, y que reconocieron derechos limitados a los pueblos indígenas, para muchos, la vida se ha vuelto cada vez más difícil. Siempre limitados (y limitantes) por su naturaleza (ver Hale: 2005), estos derechos fueron ligados a reformas neoliberales que incrementaron la pobreza y quebrantaron economías locales de subsistencia, generando nuevas migraciones de las comunidades (Fernández-Kelly and Massey:2007). En países como México, Guatemala y Honduras, la violencia del narcotráfico, del crimen organizado y de las pandillas, confluye con las políticas autoritarias y los legados de violencia genocida, generando y complicando el proceso de la migración. Mas, tal vez, no es de sorprender, en este contexto, que la violencia intrafamiliar parece haber escalado a niveles de epidemia, afectando en particular a las mujeres (y probablemente más a las mujeres indígenas, pero no existen estadísticas), quienes se ven forzadas a huir entrando a la corriente migratoria.
Al volverse migrantes, las mujeres indígenas enfrentan una gama de riesgos por las dinámicas arriba mencionadas. Encima de este contexto de violencia, enfrentan también leyes y políticas de los Estados que, en el nombre de la “seguridad nacional”, las interpelan como criminales y potenciales terroristas. Agentes de esos Estados -policías, oficiales de inmigración- vulneran a las mujeres indígenas de igual manera que los ladrones, asaltantes, violadores y secuestradores que enfrentan en el camino (de hecho, muchas veces son los mismos). Sus derechos humanos están bajo asalto a cada momento.
La violencia del narcotráfico, del crimen organizado y de las pandillas, confluye con las políticas autoritarias y los legados de violencia genocida, generando y complicando el proceso de la migración
Analizando el fenómeno del feminicidio, Fregosa y Bejarano (2010) argumentan que es el resultado directo de la tolerancia social de la violencia contra las mujeres, combinado con una convergencia de fuerzas coercitivas, la complicidad de los oficiales y la industria del crimen organizado, en alianza con las élites económicas y políticas. Esto es lo que enfrentan las mujeres indígenas que migran.
El resultado de ideologías y contextos que generan violencia y que posibilitan que se violen sus derechos. Se ha dicho que el feminicidio es el extremo del continuum de violencia de género (Cockburn: 2004). No estoy de acuerdo, creo que representa todo el continuum, la violencia de género está entretejida en todo el tejido social. Pero el concepto es útil para enfatizar que las mujeres están marcadas por la violencia por el simple hecho de ser mujeres, como sugiere Segato en su lema para Ciudad Juarez: “Woman’s Body Equals Danger of Death” (“Cuerpo de Mujer Equivale a Peligro de Muerte”) (Segato 2010: 70). Pero no todos los cuerpos enfrentan el mismo peligro. Las mujeres pobres e indígenas son más frecuentemente víctimas de la violencia y es menos probable que alguien sea responsabilizado. La violencia que sufren las mujeres migrantes, y la indiferencia de los oficiales ante la violación de sus derechos, son productos de largas historias de violencia genocida y de ideologías y fuerzas de poder actuales, que generan las condiciones para el mantenimiento del poder de los hombres sobre las mujeres, de los blancos/ladinos sobre las y los indígenas, y de los ricos sobre las y los pobres. Las experiencias de las mujeres migrantes se dan en el nexo de esas fuerzas de opresión.
 
A través de las historias de las mujeres indígenas migrantes, vemos el contexto actual de violencia de países como Honduras, Guatemala, México y Estados Unidos. Las promesas del neoliberalismo multicultural de los 90, por más restringidas que fueran, ahora son una memoria distante. Ahora lo que vivimos es algo más devastador, un neoliberalismo sin ley, en que todo el daño de la economía neoliberal continúa, pero sin las políticas democráticas, sin los regímenes de derechos, y sin el Estado de Derecho que se suponía que las acompañaba. En su lugar, tenemos economías ilegales en una escala masiva, creando poderes que rivalizan con los del Estado, así como Estados que se vuelven cada vez más autoritarios y militarizados, para combatir la ilegalidad mientras que, al mismo tiempo, participan de manera corrupta en la economía ilegal para poder disfrutar de las ganancias. El crimen organizado, las pandillas, la policía y los militares, los oficiales de inmigración y hasta el hombre común en las calles -los maridos, los padres, los tíos-, todos están enredados en esta red de criminalidad y violencia.
Debo agregar que mientras la situación en los Estados Unidos es distinta a la de los países vecinos hacia el sur, en algunos sentidos, no esta libre de esa red. La región fronteriza del lado estadounidense, por ejemplo, está íntimamente ligada al lado mexicano, y genera su propia dinámica de falta de Estado de Derecho y despreocupación por los derechos humanos. El estado de seguridad nacional pos-9/11 ha eliminado las libertades civiles, ha re-definido a los inmigrantes como potenciales terroristas y criminales peligrosos, y en toda esta región podemos ver la presencia alarmante de patrullas fronterizas y de policías, el absurdamente invasivo muro en la frontera, vigilantes asesinos, y más detenciones y deportaciones por inmigración que en cualquier momento de la historia del país.
En este contexto, en vez de ver una disminución de las desigualdades y de la opresión basada en género, raza y clase a través de regímenes de derechos de las democracias neoliberales, vemos florecer la misoginia, el racismo y la explotación de los pobres. En efecto, estas ideologías están haciendo un nuevo servicio al poder, facilitando la impunidad. Las mujeres indígenas que migran hacia los Estados Unidos, situadas en el entrecruce de género, raza y clase, están marcadas de múltiples maneras para las múltiples violencias posibilitadas por el neoliberalismo multicriminal.
REFERENCIA CURRICULAR
Shannon Speed es intelectual nativo-americana Chickasaw-Choctaw. Profesora-investigadora en el Departamento de Antropología de la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos, y directora de estudios indígenas en la misma institución.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
FREGOSO, Rosalinda and BEJARANO, Cynthia: Terrorizing Women: Feminicide in the Americas. Duke University Press, 2010
SEGATO, Rita Laura: “Territory, Sovereignty, and the Crimes of the Second State: The Writing on the Body of Murdered Women,” in Terrorizing Women: Feminicide in the Americas, Rosalinda Fregoso and Cynthia Bejarano, eds. Duke University Press. Pp. 70-91. 2010
FERNÁNDEZ-KELLY, Patricia and MASSEY, Douglas: “Borders for Whom? The Role of NAFTA in Mexico-U.S. Migration.” The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science.610:98118, 2007
HALE, Charles: “Neoliberal Multiculturalism: The Remaking of Cultural Rights and Racial Dominance in Central America”. En Political and Legal Anthropology Review 28, no. 1 (2005): 10-28. 2005.
COCKBURN, Cynthia: “The Continuum of Violence: A Gender Perspective on War and Peace” in Sites of Violence: Gender and Conflict Zones, Wenona Giles and Jennifer Hyndman (eds). University of California Press, Berkeley, 2004

Fuente: Revista con la a

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