Las dificultades de la medición del Desarrollo Humano y la Igualdad, por Carmen Castro

“Veinte años después de la publicación del primer Informe sobre Desarrollo Humano, los logros conseguidos ameritan grandes celebraciones. Pero también debemos mantenernos alertas para encontrar formas de mejorar la evaluación de las adversidades de antaño y de reconocer y responder a las nuevas amenazas que ponen en riesgo el bienestar y la libertad humana”. (Amartya Sen)

La publicación el pasado mes de Noviembre del Informe de Desarrollo Humano 2010 , pone sobre la mesa la necesidad de reflexionar sobre los resultados del informe, sobre los aspectos que incluye la medición y los aspectos que todavía se quedan fuera de los indices estadísticos producidos.
El desarrollo humano debería consistir en la expansión de las libertades reales de las personas con las que poder llevar una vida plena. Si embargo, las dificultades de medición de todas las dimensiones del desarrollo humano es algo que está reconociendo hasta la propia Naciones Unidas desde 1990, fecha de la elaboración del primer Indice de Desarrollo Humano. En base a los valores de este índice se ordenan mundialmente los países atendiendo a una serie de capacidades básicas de la población. Entre los primeros puestos se encuentran países como Noruega, Australia, Nueva Zelanda, Países Bajos, Estados Unidos, Canadá o Suecia. Todos ellos son percibidos como lugares en los que la esperanza de vida es elevada al igual que el nivel de participación económica de su población; pero ¿qué pensarían si les digo que Irlanda tiene una mejor posición que Suecia? efectivamente, hay algo que no cuadra bien. ¿Cómo puede tener más nivel de desarrollo humano un país que no reconoce los derechos de salud reproductiva de las mujeres y con una menor tasa de participación laboral femenina? ¿cómo un país más contaminante puede ser considerado con mayor nivel de desarrollo (Suecia) que está entre lo que menos emisiones de CO2 emiten? ¿Cómo un país europeo al borde del rescate financiero puede ser considerado de mayor desarrollo respecto a otro/s que consiguen mantener su tejido productivo y comercial en funcionamiento?. Preguntas similares a estas hacen saltar la alarma sobre lo qué es lo que se está midiendo realmente y sobre todo, lo que no se integra en la medición de este índice. Hoy sabemos que el IDH “omite muchas opciones que pueden ser de gran valor, como libertad económica, social y política, además de protección contra cualquier tipo de violencia, inseguridad y discriminación, por nombrar sólo algunas”.
¿Y qué pasa con la Igualdad, cómo se mide, qué se mide y qué queda fuera de la medición?
Los progresos hacia la igualdad de género se miden anualmente también por medio de varios índices estadísticos, entre los que se encuentran: Indice de Desarrollo ajustado por Género (IDG), que elabora Naciones Unidas a partir del Índice de Desarrollo HUmano; el Índice de Disparidad entre Géneros (IDDG), del Foro Económico Mundial; y el Índice de Equidad de Género (IEG), elaborado por la red internacional cívica Social Watch. Estos índices son cálculos compuestos de estadísticas que están disponibles y que incluyen factores relacionados con la esperanza de vida, la matriculación escolar, la participación en la fuerza laboral y la representación política.
Ocurre también que nos hemos acostumbrado a revisar cada año el ranking de países obtenido con estos índices y a mostrar parte de los resultados más representativos como referentes de su nivel de avance en igualdad de género (comparando con el resto de países). Y aunque todos los años hay alguna ‘sorpresa’, transitamos de un año a otro sin mucho más contratiempo que el baile de puestos. Sin embargo, sólo con detenerse a observar la distribución de países, comienzan las preguntas y el cuestionamiento una vez más sobre qué será lo que se está midiendo con estos índices.
El IDDG, elaborado por el Foro Económico Mundial desde 2006, mide la evolución de las brechas de género en el acceso a los recursos y oportunidades de los países; pero no tiene en cuenta las condiciones o el nivel de dichos recursos y oportunidades ni mucho menos su carencia; se limita a medir la disparidad entre las situaciones que afectan a las mujeres y a los hombres en cuatro grandes categorías: participación económica y oportunidades, educación, salud y superviviencia y empoderamiento político.
Los países con menor disparidad de géneros son Islandia, Noruega, Finlandia y Suecia, que habitualmente permanecen como referentes en todos los índices de igualdad y desarrollo; ahora bien, que países como Irlanda (menor disparidad de género que España) o Sudáfrica (siguiente nivel tras España) se encuentren entre los 15 mejores corrobora la necesidad de revisar y mejorar la elaboración de este indice. ¿Cómo van a ser considerados referente en igualdad dos países que en los que no existen derechos básicos de salud reproductiva y sexual de las mujeres ni mucho menos de libertad sexual?
El problema de esta medición es, en mi opinión, que se limita a constatar la brecha, no las condiciones de suficiencia de los recursos y oportunidades. Por ejemplo, un país puede tener tasas muy bajas de escolarización pero similares entre mujeres y hombres; lo que se traduciría en una disparidad de género aparentemente buena. Este tipo de situación controvertida provoca una interpetación errónea al ocultar las profundas carencias de recursos básicos educativos suficientes para el desarrollo del país.
En algunos de los países que muestran este tipo de ‘lectura confusa o errónea’, ocurre que las mujeres y niñas sanas, heterosexuales, urbanas y de clase media que pertenecen a comunidades étnicas y lingüísticas mayoritarias tienen más oportunidades de asistir a la escuela, conseguir trabajos dignos con salarios adecuados y participar políticamente que las mujeres y niñas procedentes de zonas rurales, con discapacidad, lesbianas, indígenas, migrantes y pobres. Pero ese nivel de análisis en la estructura de las desigualdades y situaciones de discriminación no se considera en la medición del índice IDDG.
Sabemos que las cifras no mienten, pero tampoco relatan toda la historia , por ello, es importante tener en cuenta que la información más relevante que muestran estos índices es la fuerte resistencia de la desigualdad de género y la escasa atención que ello tiene para gran parte de los gobiernos, según muestra el índice elaborado por Social Watch, el IEG, que se empieza a configurar como una herramienta estratégica a la hora de exigir a los gobiernos del mundo la rendición de cuentas de sus acciones, políticas e (in)cumplimiento de sus compromisos relativos a la igualdad de género.
El informe de Desarrollo Humano de 2010 introduce algunas innovaciones metodológicas que todavía resultan insuficientes, aunque algunas de ellas sirvan para estimar la pérdida en el desarrollo humano que soportan los países por mantener sistemas de desigualdad.
Parte de la crítica feminista reconoce estas limitaciones – entre otras – y empiezan a generar alternativas de medición, tanto para mejorar los índices existentes, como para elaborar nuevas propuestas estadísticas desde planteamientos no androcéntricos, lo que en gran medida significa integrar también cuestiones relacionadas con los cuidados, la existencia de una vida libre de violencia, los usos del tiempo, el acceso a la salud desde una perspectiva integral, la igualdad efectiva de derechos a participar en el cuidado (infantil, personas mayores y dependientes en general), el acceso al conocimiento y la particpación sociopolitica más allá de la representación cuantitativa en las asambleas legislativas y equipos de gobierno.
Necesitamos indicadores más consistentes y coherentes con lo que se está midiendo; todo un reto para la investigación feminista y la producción estadística en general!

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