Día por la despenalización del aborto en Latinoamérica y El Caribe. Celebración en València, España. 28 septiembre de 2009

El derecho a decidir de las mujeres desde una perspectiva ética, católica y feminista. 28 de septiembre: Día por la despenalización del Aborto en América Latina y El Caribe
 
Por María Consuelo Mejía Católicas por el Derecho a Decidir México
Quiero agradecer a mis compañeras de Católicas por el Derecho a Decidir de España, la invitación a participar en este Foro para reflexionar acerca de un tema que es motivo de álgido debate actualmente en España y en el mundo. Me siento muy honrada y emocionada por esta invitación, porque estamos viviendo en México de donde vengo y en otros países de América Latina situaciones muy complejas que ponen en serio peligro el derecho a decidir de las mujeres, nuestra autoridad moral para tomar decisiones en todos los aspectos de nuestras vidas, esto es nuestra autonomía y nuestra dignidad. Más aún, se pone en serio peligro nuestro derecho a la salud y a la vida misma. Menciono estos aspectos porque al calor del debate acerca del concepto de persona o la preocupación por determinar el inicio de la vida humana, o la discusión sobre si deben prevalecer los derechos del protegido no nacido sobre los de las mujeres embarazadas, tiende a dejarse de lado que lo que está realmente en juego es la autonomía, la dignidad, la vida de las mujeres.
Celebro que nuestras compañeras de Católicas de España estén realizando estos eventos en una fecha que es especialmente importante para quienes luchamos por el derecho de las mujeres a decidir de esta región, si continúan o no un embarazo que no buscaron, que no desearon, que les fue impuesto por las más diversas razones en estas regiones.
Y a la cual se suman hoy las españolas que trabajan por la misma causa, en estos momentos en que se intenta constreñir este derecho también en España.
Me refiero al 28 de Septiembre, Día por la Despenalización del Aborto en América Latina y El Caribe. Hace 19 años, el 28 de septiembre de 1990 en el V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe realizado en San Bernardo, Argentina en noviembre de 1990, se acordó declarar el día 28 de Septiembre como Día por la Despenalización del Aborto en América Latina y El Caribe. Esta declaración se concretó en una campaña permanente que desde 1992 impulsa las demandas de las mujeres relacionadas con el derecho a decidir la interrupción de un embarazo, así como su acceso a servicios de aborto legales y seguros.
Bajo la consigna “Las mujeres deciden, la sociedad respeta, el estado garantiza” a la cual las Católicas le añadimos y las Iglesias no intervienen” y bajo una coordinación rotativa elegida democráticamente, las organizaciones feministas han organizado acciones de advocacy, de defensa y gestión con tomadores de decisiones y legisladores para poner al alcance de todas las mujeres servicios de aborto seguros en donde es legal y para ampliar las leyes y normas en donde no está permitido. Este trabajo ha estado acompañado de una ardua labor para poner los derechos sexuales y los derechos reproductivos, incluyendo el aborto, en la agenda política, para ampliar la base social de apoyo al derecho a decidir de las mujeres y para generar una corriente de opinión pública favorable a este derecho. Si bien, las restricciones al acceso al aborto seguro siguen siendo la realidad en la gran mayoría de los países del continente las organizaciones de mujeres de América Latina y El Caribe estamos dando la batalla para que el derecho a decidir de las mujeres esté garantizado por las leyes y normas de nuestros países. Y me atrevo a afirmar que a pesar de la prohibición total del aborto en Nicaragua y del veto del presidente del Uruguay a la Ley de Salud Sexual y Reproductiva que despenalizaba el aborto hasta las 12 semanas de gestación, o de lo que está sucediendo en República Dominicana, en donde a pesar de la protesta masiva se eliminó el aborto terapéutico y en México, en donde al logro histórico alcanzado en el Distrito Federal le ha seguido una cascada de reformas constitucionales con el objetivo de impedir un avance semejante, me atrevo a decir que hemos avanzado mucho.
Algunos eventos relacionados con el tema del aborto que he podido presenciar últimamente, nos llenan de esperanza. Nos llenan de esperanza porque nos muestran que es posible el apoyo masivo de sectores amplios de la sociedad, incluso el de personalidades como la Ministra Carmen Argibay de la Suprema Corte de Argentina quien en un seminario organizado los pasados 16 y 17 de septiembre, por las compañeras de Católicas por el Derecho a Decidir de Córdoba en el recinto del Congreso de la Nación, declaró públicamente su apoyo al derecho a decidir de las mujeres y al trabajo de Católicas de Córdoba.
También pudimos presenciar el apoyo masivo al derecho al aborto en un “Festival del aborto” organizado por las compañeras en colaboración con otras organizaciones de la Campaña Nacional por el derecho al aborto, seis horas de música y consignas en el Teatro Coliseo en diciembre del año pasado (2008).
Nos llena de esperanza también, obviamente el cambio de la ley del aborto en México Distrito Federal. Hago un paréntesis para compartir con ustedes algunos aspectos de este acontecimiento histórico que me toca profundamente porque en ello llevo invertidos los últimos 18 años de mi vida de activista por la defensa de los derechos humanos de las mujeres. El 24 de abril de 2007, después de uno de los debates públicos sobre el aborto, más enérgicos en la historia de México, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) votó por su despenalización durante las primeras 12 semanas de gestación. Con este cambio, la Ciudad de México tiene una de las legislaciones más progresistas sobre el aborto de América Latina y el Caribe.
Aprobada por 46 de los 66 representantes, la reforma al Código Penal no sólo despenaliza el aborto a voluntad de la mujer hasta las 12 semanas, sino que también reduce las penas de tres años de cárcel a un máximo de 6 meses o 300 días de servicio comunitario, cuando se hicieren abortos no contemplados por la ley. Como parte del paquete que fue votado, la Ley de Salud del DF también fue consolidada para garantizar la educación sexual mediante campañas públicas, así como la disponibilidad de métodos anticonceptivos y la consejería para todas las mujeres que consideraran practicarse un aborto.
Además la reforma señala que la Secretaría de Salud del DF tiene la obligación de proporcionar servicios de aborto legal, de manera gratuita, a cualquier mujer de la ciudad que lo solicite. En el marco de esta Ley y debido a la responsabilidad y compromiso de la Secretaría de Salud del D.F., alrededor de 30,000 mujeres principalmente de la ciudad de México, pero también de otros estados de la república han obtenido servicios de aborto seguros y gratuitos en dos años y medio de vigencia de la ley.
Para Católicas por el Derecho a Decidir, este cambio constituye un significativo reconocimiento a la autoridad moral de las mujeres y a nuestro derecho a decidir sobre nuestra vida, así como un triunfo indudable de la democracia. Para quienes hemos hecho del trabajo por la defensa de los derechos humanos de las mujeres un compromiso de vida, este cambio legal constituye además un avance sin parangón, una ampliación de las libertades, un mejoramiento indudable de las condiciones para el ejercicio de un derecho fundamental, un paso adelante en la búsqueda de la justicia social y la democracia.
Pero era lógico que un triunfo del derecho a decidir de las mujeres como éste, a pesar de la intensa campaña en su contra liderada por la jerarquía conservadora de la Iglesia católica y sus voceros, generara fuertes reacciones. La primera fue la presentación de dos recursos de anticonstitucionalidad por parte de dos de las tres instancias que están autorizadas para presentarlos: el Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Procurador General de la República. Recursos que fueron analizados por Ministras y Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que abrió al público una serie de audiencias en las que se escucharon todas las voces a favor y en contra de la Ley y encargó diagnósticos y estudios sobre aspectos relacionados con el tema, para culminar con una Sentencia expresada el 28 de agosto del 2008, en la que se reafirmó la constitucionalidad de la Ley. Después de un año de trabajo y de discusiones intensas, de amenazas de excomunión y de agresiones de toda índole, 8 de los 11 ministros y ministras, votaron por la constitucionalidad de la ley bajo argumentos de irrestricto respeto al derecho a decidir de las mujeres, de que la maternidad no puede ser una imposición, de que a pesar de que el nonato es un bien jurídicamente protegido y que el derecho a la vida no es un derecho absoluto, siempre deben primar los derechos humanos de las mujeres; se mencionaron 17 derechos que toma en cuenta esta sentencia, indudablemente histórica, trascendente, de magnitudes inesperadas pues sienta jurisprudencia. La decisión que tomaron seis ministros y dos ministras a favor de la constitucionalidad de la Ley en cuestión, honra la protección jurídica de los derechos humanos de las mujeres, al establecer claramente que la Constitución ampara y protege el derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad. De la misma manera, con esta decisión se afirma la autoridad moral de las mujeres para tomar decisiones autónomas en un aspecto tan crucial para su vida como la maternidad, y se protege a las mujeres de escasos recursos pues ya no tendrán que recurrir a servicios inseguros de interrupción del embarazo, que ponen en riesgo su salud y su vida.
Pero las reacciones no se hicieron esperar: una serie de de reformas constitucionales en cascada en 16 estados de la república para proteger la vida desde la fecundación hasta la muerte natural en lo que va de este año. Reformas que tienen un efecto más simbólico que real y una intención de amedrentar a las mujeres,
obstaculizar los servicios en los casos en que continúa siendo legal, como violación e impedir avances como el del Distrito Federal. Termino mi paréntesis que no podía dejar de traer a colación, para regresar a una pregunta obligada, ¿por qué tanto trabajo invertido para vencer tantos obstáculos?
¿Por qué estamos discutiendo hoy en España, en México, en Uruguay, en Argentina, en Colombia, en Nicaragua, en República Dominicana, si las mujeres tienen derecho a la maternidad voluntaria? ¿Por qué tanto trabajo y tantas energías invertidas para vencer tantos obstáculos? En América Latina y El Caribe, y creemos que ahora también en España y otros países del mundo, porque tenemos en la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica, un adversario muy poderoso que ha abusado de su poder simbólico, político y económico, para intentar imponerle al mundo su concepción de la moral única, una concepción que no comparte ni siquiera su propia feligresía.
Estas reflexiones me dan la pauta para dedicarle unos minutos a uno de los acontecimientos más ejemplares de la historia reciente de los intentos de injerencia de la religión institucionalizada en la política y una referencia obligada de contexto.
Me refiero a la Conferencia de El Cairo. A principios de este mes, celebramos 15 años de la IV Conferencia Internacional de Población y Desarrollo realizada en El Cairo en 1994. Esta Conferencia marca un hito en el reconocimiento de los derechos reproductivos como aspecto esencial para alcanzar un desarrollo justo y humano. Más importante aún, en la Conferencia de El Cairo se dio un cambio de paradigma en la historia de las políticas de población, al reconocer, y alrededor de 183 países así lo hicieron, que los derechos humanos de las personas deben estar en el centro de las políticas de población y desarrollo y que se debe propiciar el empoderamiento y la igualdad de oportunidades para las mujeres en tanto sujetos y no objeto de las políticas públicas.
También se reconoció allí que la experiencia y conocimientos de las organizaciones de la sociedad civil deben ser tomados en cuenta por los gobiernos para una cabal implementación del Programa de Acción, de la Agenda de El Cairo, una agenda humanista e integral que promueve el cierre de las brechas de las desigualdades: entre países ricos y países pobres, entre ricos y pobres en cada país, entre mujeres y hombres , entre jóvenes y adultos, en fin una agenda que vislumbra un mundo más justo y humano. Este cambio sustancial, este giro radical, fue posible a pesar de la campaña en contra que encabezó el Vaticano, en su carácter espurio de Estado en la Asamblea de las Naciones Unidas. En ese ámbito, el Vaticano, que en la ONU se hace llamar Santa Sede, con lo cual se coloca en un plano superior al de los 180 y pico de países, todos los demás terrenales países que no tienen el calificativo de santos, hizo uso de todo su poder simbólico y de todos los artilugios de la política barata para obstaculizar los claros avances en todo lo relacionado con los derechos sexuales y reproductivos de mujeres y hombres, educación sexual y autonomía de adolescentes y jóvenes para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva con confidencialidad, argumentando su concepción de la moral única y pretendiendo imponerla en las políticas públicas de todos los países del mundo, fueran o no de mayoría católica.
A 15 años de la Conferencia, el Vaticano sigue siendo el principal opositor de la agenda para la equidad aprobada allí por 183 países del mundo. En El Cairo y después en Beijing, se puso claramente en evidencia la cruzada del Vaticano para imponerle al mundo su concepción de la moral. Desesperado frente al fracaso de sus enseñanzas morales, el Vaticano intenta convertir su concepción de la moral sexual en política pública para que los estados se conviertan en garantes de una moral que ya muy pocas personas siguen, en la que ya muy pocas personas creen.
Algunas cifras oficiales demuestran que la feligresía católica no sigue las enseñanzas morales de la jerarquía; este hecho está demostrado por las estadísticas de uso de métodos anticonceptivos en países de mayoría católica y por una serie de encuestas que hemos realizado en varios países de América Latina en los que tiene presencia CDD, encuestas que han arrojado como resultado que alrededor del 80% de la población católica de Bolivia, Brasil, Colombia y México no solamente no sigue las enseñanzas morales de la iglesia católica (IC), sino que no está de acuerdo con ellas: usa métodos anticonceptivos modernos, recurre al condón, tiene relaciones sexuales fuera del matrimonio, se divorcia y se vuelve a casar y recurre al aborto y defiende los derechos de las parejas del mismo sexo. La prueba más clara de este desacato es el hecho de que 85% de las 30.000 mujeres que han accedido a los servicios de interrupción legal y segura del embarazo en 2 años en el Distrito Federal, se declaran católicas.
Me atrevo a decir que hace 15 años el mundo era otro. Otro en el que no era posible soñar con acontecimientos como los señalados, o con una marcha como la que se dio hace unas semanas en Santo Domingo en defensa del aborto terapéutico, o con una sentencia como la que emitió el 28 de agosto de 2008, la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México al declarar la constitucionalidad de la ley que despenalizó el aborto en el Distrito Federal, el 24 de agosto del 2007.
Pero estos avances están siendo amenazados. Amenazados nuevamente por los fundamentalismos de derecha bajo el liderazgo de la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica. Nos preguntamos entonces, ¿por qué en el Siglo XXI, El Vaticano sigue insistiendo en imponer su concepción de la moral en las políticas públicas? ¿Por qué vemos a nuestros gobiernos rendidos o manipulados por el poder simbólico, económico, político de la jerarquía conservadora de la Iglesia católica? Hemos recogido algunas hipótesis, y yo quisiera hoy aventurar otras, pero me voy a centrar en dos de los argumentos que creo que están en el centro del debate del aborto: la defensa de la vida a ultranza y la misoginia histórica que caracteriza a la Iglesia católica institucional. Para terminar con algunas sugerencias de estrategias.
Nosotras, activistas por la defensa de los derechos humanos de las mujeres desde una perspectiva ética católica y feminista, consideramos necesario el debate argumentativo con seriedad y responsabilidad. Recurro para ello a una cita de Gustavo Ortiz Millán, filósofo mexicano que acaba de publicar un libro sobre La Moralidad del Aborto, para iniciar mi argumentación, (página 47), [Los derechos de las mujeres] dice Ortiz Millán, no son sino una consecuencia directa del hecho de que las mujeres son agentes morales autónomos. Penalizar el aborto significa no reconocer que lo son. Significa no reconocer que las mujeres tienen derecho a decidir sobre su propio cuerpo, a decidir cuando y cuántos hijos tener, y a planear libremente su futuro y realizarlo. Estos son derechos morales que tienen las mujeres, falta que la ley los reconozca cabalmente con la despenalización del aborto.
Y subrayo la frase siguiente, No hay otro caso en que la ley requiera a un individuo sacrificar su libertad, su autonomía, su privacidad, su dignidad, su integridad corporal y su vida futura de la manera en que un código penal lo hace cuando criminaliza el aborto. (p.47) Estos párrafos del libro de Ortiz Millán, resumen la complejidad del tema del aborto y la directa afectación que tiene su penalización sobre la vida de las mujeres: la discriminación evidente, la consideración diferenciada de nuestra dignidad y autonomía y del derecho que tenemos a decidir no solamente acerca de la maternidad, sino de lo que queremos ser y hacer de nuestras vidas, de nuestros destinos.
Me baso en esta afirmación para reiterar nuestro convencimiento de que las mujeres somos agentes morales autónomas…o como lo afirmamos en Católicas por el Derecho a Decidir, tenemos autoridad moral para tomar decisiones autónomas en todos los aspectos de nuestras vidas. Las mujeres tenemos la misma dignidad que los hombres, basada en el ejercicio de nuestra libertad de conciencia de acuerdo con un postulado básico de la doctrina católica tradicional y tenemos el derecho a defender nuestra integridad corporal y a controlar lo que sucede en nuestro cuerpo. Desde una perspectiva católica clásica, las mujeres fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios, con voluntad, capacidad para discernir y decidir lo que es mejor para nosotras en el reino de Dios, en la vida plena que Cristo quiso para nosotras. ¿Por qué entonces, todavía en el Siglo XXI, es tan difícil que esta realidad fundamental, básica de nuestra existencia, de la existencia de la mitad de la humanidad, sea aceptada en todas sus dimensiones? ¿Por qué no fue sino hasta la Conferencia de los Derechos Humanos realizada en Viena en 1993, que se reconoció mundialmente que los derechos de las mujeres son derechos humanos? ¿Por qué se sigue circuncidando el clítoris de las niñas en tantos países y en tantas culturas? ¿Por qué, seguimos siendo las mujeres, las más excluidas, las más vulnerables, las mas pobres entre los pobres? ¿Por qué han aumentado de manera tan dramática las cifras de mujeres asesinadas por su condición de género, que dan cuenta del feminicidio, de la impunidad generalizada que rodea estos asesinatos? ¿Por qué tenemos que seguir dando estas batallas por el derecho de las mujeres a decidir acerca de su maternidad, a interrumpir un enebrazo que no desean, en países supuestamente democráticos, modernos y laicos como México y España? Y aunque no es mi intención caer en la victimización, la contundencia de la realidad que observamos a nuestro alrededor, me llevó inexorablemente a esta reflexión. Aún más, me hizo pensar si esta condición de desigualdad y de desprecio por la vida y los derechos de las mujeres a la que alude el autor citado, no está tan imbricada en la cultura que nosotras mismas las mujeres que defendemos el derecho a decidir de las mujeres, nos la creímos al establecer como estrategia crucial en la búsqueda por la despenalización del aborto, por lo menos así ha sido en México y en otros países de América Latina, el señalamiento de las consecuencias de la penalización en otros asuntos, en otros aspectos diferentes a la afectación directa en la vida de las mujeres: en el incremento de la morbilidad y mortalidad materna, en los aspectos relacionados con la salud pública y la justicia social, en las condiciones de vida para hijas e hijos no deseados, en los derechos humanos. No en nuestra autoridad moral, ni en el inviolable derecho a controlar nuestro cuerpo y a decidir sobre nuestra maternidad. Estas razones carecían de la legitimidad necesaria para configurar una corriente de opinión favorable a la despenalización y al ejercicio de los derechos de las mujeres, decíamos entonces.
Y de alguna manera, la estrategia resultó, pues el logro alcanzado en el Distrito Federal y los argumentos vertidos en el debate en la SCJN así lo demuestran.
Pero me atrevo a decir que esta legitimidad ganada con tanto esfuerzo sigue siendo tan endeble, tan vulnerable, que nuestros derechos se siguen negociando como botín político, que se apuestan recursos de toda índole para impedir que en el Siglo XXI las mujeres podamos decidir libremente cuándo y cuántos hijos tener, en el marco de un supuesto Estado laico como el mexicano y bajo el liderazgo evidente de la jerarquía católica conservadora. De esta manera se cambian las constituciones locales en cascada para que las mujeres violadas tengan que llevar a término embarazos que fueron producto de la más terrible agresión a su dignidad. O poner en riego su vida. Y para nuestra indignación, continúan ocupando posiciones de poder, políticos a quienes se les ha acusado con evidencias incuestionables, de comercio sexual de niñas y de abusos sexuales sin nombre. ¿Alguien me puede dar una razón aceptable para que estas situaciones se sigan reproduciendo? Pero nada de esto es gratuito. También me atrevo a afirmar, que por lo menos en la región latinoamericana la ideología católica conservadora tiene una innegable responsabilidad en esta situación. Hay quienes afirman que esta oposición está basada en la defensa de la vida a ultranza y no en la misoginia histórica que ha caracterizado a la Iglesia Católica. Estoy firmemente convencida de que la misoginia ha sido el valor predominante en las prácticas y tradiciones de toda la historia de la Iglesia católica y de que hoy en el siglo XXI sigue siendo vigente. Desde el mito de Eva hasta la reciente negación de la posibilidad de que las mujeres podamos ejercer el sacerdocio, las tradiciones más importantes de esta Iglesia han negado nuestra autoridad moral, nuestra igual dignidad y han violado fehacientemente nuestros derechos humanos.
Nuestra participación en la Iglesia ha estado cercada por el patriarcado y reducida al hogar y a la sacristía: servir, limpiar y callar. Hemos sido terca y sistemáticamente excluidas de la historia de esta Iglesia, de los centros de decisión de la Jerarquía y del ejercicio sacerdotal. Cuando volvemos a documentos antiguos observamos el hecho de que los dirigentes de la Iglesia han culpado a las mujeres de los errores cometidos por los hombres, de su «caída» en el pecado. Eva –madre y leyenda nuestra– seducida y seductora; inclinada a la tentación y al pecado, es símbolo de desobediencia, de voluntad insistente, de sexualidad abierta. Es el emblema de la mujer que tienta al hombre, y la Iglesia, como institución masculina, ha buscado prohibir la autonomía de las Evas que podemos ser todas, por miedo atávico a nuestra independencia y al aterrador presentimiento de perder el poder en nuestras manos.
Miedo funcionalmente protector: oculta la callada convicción de que los hombres no tienen la fortaleza suficiente para ser buenos y deben contar con un chivo expiatorio perpetuo en el cual desangrar su flaqueza. De acuerdo con los viejos y quebradizos papeles que sostienen la doctrina tradicional, las mujeres estamos sometidas a Dios, como toda criatura, pero no de manera directa, sino mediante la sumisión a nuestro esposo, a nuestro padre o a algún personaje masculino subordinado a su vez a Cristo. Dice San Pablo en la Carta a los Corintios: «Las mujeres, que vivan sujetas como manda la Ley [1 Cor 14,34] y de acuerdo con las tradiciones [1 Cor 11,2]. Sujetas se entiende, a los varones, pues en el nuevo reino de la libertad, la cabeza de la mujer es el varón, la de éste Cristo y la de Cristo, Dios” [1 Cor 11,3]. Es la cosmovisión cristiana patriarcal, celosamente defendida por el Magisterio eclesiástico durante veintiún siglos. Los protagonistas, los responsables y los destinatarios del proyecto salvífico son los varones; las mujeres somos sus acolitas y, sólo de modo circunstancial, nos beneficiamos de los privilegios de la redención. Si queremos, pues, vivir como cristianas, debemos acogernos a la densa sombra de los patriarcas. La filosofía Aristotélica por su parte, tuvo gran influencia en los conceptos de esta Iglesia con respecto a las mujeres; Aristóteles postulaba la inferioridad de las mujeres refiriéndose a ellas como “hombres mutilados”. De este modo, una visión misógina y sexista, definió de manera radical la posición de las mujeres no sólo en la Iglesia sino también en la sociedad; estrechamente ligada a esta concepción está la idea vigente hasta el siglo XVII de que las mujeres eran hombres incompletos, mutilados, como pensaba Aristóteles. De acuerdo con una de las teorías vigentes en la época, y esta se la debo a Frida Harth, lo que las mujeres cargaban en su vientre cuando estaban embarazadas era un hombrecito chiquitito, un “homúnculo” que solamente tenía que crecer hasta el momento del nacimiento. Pero que ante determinadas circunstancias, como cuando soplaban los vientos del Sur produciendo humedad en el ambiente, el homúnculo perdía la energía necesaria para una especie de explosión interna que hacía que salieran los órganos sexuales masculinos y el hombrecito adquiriera todas sus características; lo que se desarrollaba entonces era una mujer, es decir un hombre con los órganos sexuales adentro, un hombre incompleto. Incluso había la anécdota de una mujer que dio un salto largo muy fuerte con lo que se le salieron los órganos masculinos y se convirtió en hombre. A estas creencias anecdóticas podemos añadir la asociación de la menstruación con la impureza, que limitó la participación de las mujeres en las prácticas y ritos cotidianos durante toda una época, “Según el Lev. 12,2ss, después del parto la mujer conservaba su impureza durante cuarenta días si había dado a luz un hijo y ochenta si había dado una hija. Durante este período ni siquiera podía penetrar en el antepatio de los paganos en el templo. En el templo se había destinado un atrio a las mujeres, separado del atrio interior de los varones, al que se le daba el nombre de atrio de Israel… Por lo tanto, el sentido de la vida de la mujer se inicia y se agota en la maternidad. Se estima la esterilidad como una vergüenza que impone Dios a la mujer (Lev ,25).” Es la dicotomía griega: cuerpo-alma, transformada finalmente en aversión por el cuerpo y el sexo, sustento de la doctrina católica. Los cuerpos femeninos, inauguradores del caos moral en el mundo, fuentes de pecado y deseo, representaban para los hombres, como no fuera con el fin de la procreación, la distancia con Dios. Así lo concebía el obispo Agustín en De genesi ad litteram: “No veo para qué tipo de ayuda para el hombre fue creada la mujer, si se excluye el propósito de procrear. Si la mujer no es entregada al hombre para ayudarlo a criar los hijos ¿Para qué sirve?•”
Pero ¿por qué traer a colación, nos dirían quienes se oponen al derecho a decidirlos, las posiciones de épocas tan remotas? Porque no es un secreto para nadie que las políticas del Vaticano y lo que es más preocupante aún, las enseñanzas morales de esta Iglesia siguen considerando a las mujeres con dignidad limitada, que nos imposibilita para participar en la mesa donde se toman las decisiones, en la elaboración de las enseñanzas que afectan nuestras vidas. Porque aunque parezca mentira, obstaculizar la autonomía de las mujeres sigue siendo una obsesión para la jerarquía vaticana. Y esta es otra de las hipótesis.
Por otra parte, la actitud real de la jerarquía en torno a la supuesta defensa de la vida a ultranza, me sirve para sustentar mi otro argumento: la Santa Inquisición, la teoría de la guerra justa, las Guerras Santas, la defensa de la pena de muerte vigente hasta hace poco, el silencio ante el Holocausto -Hitler nunca fue amenazado de excomunión- la aceptación del hecho de matar en defensa propia, incluso la aceptación del aborto por el llamado doble efecto -si se produce accidentalmente al intentar salvar la vida de la mujer, y el silencio ante el infanticidio demuestran que no es la defensa de la vida la que motiva a la oposición radical de la Iglesia católica al derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad. Estoy convencida de que la misoginia y no la defensa de la vida a ultranza es el valor que guía las políticas intervencionistas y la actitud amenazante de la jerarquía católica conservadora hacia cualquier acción que le confiera legitimidad al ejercicio de la libertad de conciencia, al acceso a la justicia para las mujeres, al ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos y del derecho a la maternidad voluntaria al que todas las mujeres tendríamos que poder acceder, con dignidad, libertad y autonomía.
Para terminar, unas sugerencias estratégicas que surgen de nuestra experiencia:
1) Defender la laicidad del Estado a toda costa
2) Exigir rendición de cuentas a políticos y representantes populares que negocian con nuestros derechos, firman acuerdos en “lo oscurito” y reviven concordatos con el Vaticano a estas alturas del desarrollo humano
3) Demandar el respeto a los ámbitos de competencia: la religión en los púlpitos y las iglesias o en las conciencias de las personas; la política en las políticas públicas en los gobiernos y en los Estados que deben regirse por la evidencia científica, por la pluralidad y a la apertura para el ejercicio de derechos. En este sentido más que discutir las relaciones entre religión y política, nosotras ponemos énfasis en la necesidad de mantener la sana separación entre estas dos dimensiones.
4) No puede aceptarse la intervención de la religión en la ciencia, ni la veracidad de afirmaciones como la del Cardenal López Trujillo en el sentido de que los condones tienen hoyitos por los que puede pasar el virus del VIH, por sobre las posiciones de la Organización Mundial de la Salud
5) Tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ampliar la base social de apoyo al derecho a decidir de las mujeres ya sea porque la maternidad voluntaria es un derecho humano fundamental o porque el embarazo forzado es una violación flagrante a esos derechos
6) Ampliar el discurso del derecho a la interrupción del embarazo, documentando los aspectos de justicia social y de salud pública asociados a este derecho
7) Documentar la incongruencia de quienes se erigen en estandartes de la única moral y encubren los crímenes de abuso sexual de menores por parte de sacerdotes, convirtiéndose en cómplices de uno de los delitos más execrables de la actualidad. 8) Finalmente, enmarcar nuestra lucha en la lucha por la defensa de los derechos humanos y la democracia, como forma de convivencia idónea para la vigencia y el ejercicio de nuestros derechos.
¡¡ Y en eso estamos!! ¡Muchas gracias!
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La IVE desde una perspectiva católica Elfriede Harth Co-Secretaria de la Red Europea de Iglesia y Libertad
Me limitaré a hablar sobre los siguientes cinco puntos, para permitir que quienes están en la audiencia puedan participar en la reflexión dirigiendo la atención sobre los interrogantes que más les interesan:
1. La IVE como parte constitutiva de los DSR
2. La libertad de Conciencia y la IVE
3. ¿Cuando comienza la vida?
4. La inconsistencia de la doctrina católica
5. El Estado laico y la separación de la Iglesia y el Estado
1. La IVE como parte constitutiva de los DSR Quisiera enmarcar estas breves reflexiones en algo más amplio que es lo que se denomina Derechos sexuales y reproductivos, una palabra que desde el catolicismo podría definirse de la manera siguiente.
Es el derecho de las personas a sentirse agradecidas por el cuerpo que Dios les dio, un cuerpo dotado por una parte de la capacidad del placer y por otro de la capacidad de producir seres humanos nuevos.
Es el derecho a explorar y a vivir plena y positivamente esas dos capacidades, y a vivir y a gozar plenamente cada una por separado.
Es el derecho a construirse como persona moralmente autónoma, adulta y responsable a través del ejercicio de esas capacidades y para poder ejercerlas plenamente.
Es el derecho a la integridad física y síquica.
Es el derecho a saber y a postular que el principio fundamental de cada relación íntima de pareja es la justicia, la responsabilidad por el propio cuerpo y bienestar así como al mismo tiempo por el cuerpo y el bienestar de la pareja.
Es el derecho a decidir si tener o no hijos, cuándo tenerlos, cuántos tener y con quién tenerlos.
Es el respeto por ese don tan precioso que Dios nos dio, nuestro cuerpo. Respeto que nuestra tradición católica proclama y ritualiza por ejemplo en el sacramento de la unción de los enfermos y en los ritos de la sepultura de los muertos.
Derechos sexuales y reproductivos no deben confundirse con libertinaje irresponsable. Se trata al contrario de que la sociedad, de que todas y todos creemos las condiciones que permitan que las personas puedan gozar su cuerpo de manera sana.
Empezando por rechazar rotundamente todo tipo de violencia y de coerción, que es precisamente la negación de la justicia.
Empezando por proporcionar a cada niña y niño y a cada adolescente una educación sexual y emotiva que le permita conocer esa maravilla que es su cuerpo y que le permita desarrollar una actitud respetuosa y responsable frente a este, una actitud positiva frente a la sexualidad y una consciencia madura frente a lo que significa traer al mundo un hijo.
El cuerpo y sus facultades son algo precioso que no se desperdicia sino que se cuida y que se goza.
Se trata de que toda persona conozca y tenga acceso a los medios que le permitan ejercer su sexualidad placenteramente y sin riesgos para su salud física y mental.
Empezando por saber decir NO a algo que no se desea. Una adolescente, una mujer, toda persona tiene que saber que es legítimo decir NO a relaciones carnales que no esté deseando, a relaciones que conlleven riesgos para su salud, a relaciones que no incluyan métodos de protección contra infecciones o contra un embarazo no deseado. Deben por ejemplo saber que es legítimo y síntoma de responsabilidad usar y reclamar el uso del preservativo, para prevenir un embarazo no deseado o una infección. Todo esto es una condición indispensable para que cada vez sean más raras las ocasiones en que una mujer se encuentre frente a una situación de un embarazo no deseado. Pero sabemos que a pesar de que haya reunidas las mejores condiciones, puede haber situaciones en que algo falle que no podíamos tener bajo control. Y esta situación es particularmente desgarradora frente a un embarazo originariamente deseado, pero que súbitamente se convierte en una carga que la mujer embarazada siente que no puede asumir. Hay momentos en la vida en que nos vemos en una encrucijada existencial en que tenemos que decidir entre dos caminos que son ambos espinosos. Quisiéramos no tener que beber ese cáliz, pero aun el creer evadir la decisión permitiendo que otra persona decida por una es decidirse por uno de ellos. Y la Iglesia nos enseña que hay que discernir cual es el mal menor para optar por ese con el fin de descartar el mal mayor.
2. Libertad de conciencia e IVE
Como lo enseña la doctrina católica por lo menos desde Santo Tomas de Aquino, la conciencia individual es la máxima instancia moral. Cada persona tiene el deber de examinar su conciencia de la manera mas seria y honesta antes de tomar una decisión moral y sopesando las enseñanzas de la Iglesia En el caso de un embarazo no deseado se trata para una mujer de decidir entre negarle la venida al mundo a una criatura o poner en peligro su propia salud, su vida, su honor, su familia, su vida de pareja, su carrera, su estabilidad financiera, etc….. Se trata de una decisión difícil con la que tendrá que vivir. Como mujer católica tendrá que responder por el respeto que tuvo frente a su propia persona, frente a su dignidad como hija de Dios llamada a vivir y a vivir en plenitud. Una hija de Dios que Dios ama y a quien Dios otorgo la libertad para que crezca y madure, para que se responsabilice por su vida y su bienestar. Una mujer a la que Dios le dio como mandamiento que se ame a si misma como a su prójimo; que aprenda a amarse y a respetarse para poder amar y respetar a los demás, empezando por sus propios hijos, si algún día llega a tener.
Tendrá también que responder por la fe que tuvo en Dios, en su amor y su misericordia. En su generosidad y en su deseo de que tengamos la vida y que la tengamos en plenitud.
Tendrá que responder por haberle negado la vida a una criatura. Por haberle devuelto a las manos misericordiosas de Dios una criaturita por la cual ella no se sentía capaz de asumir la maternidad en las circunstancias determinadas en que se encontraba en el momento de tomar la decisión. Y habrá muchas mas cosas por las que tendrá que responder, y que solo ella conoce.
Como vemos es una decisión difícil que cada mujer debe tomar. Y la doctrina católica nos enseña que es parte de la dignidad de cada ser humano obedecer a su conciencia que es la voz de Dios en cada cual de nosotras y de nosotros.
Por lo tanto ni el Estado, ni la Iglesia, ni el compañero, ni el esposo, ni los padres, nadie debe convertirse en un obstáculo para que la mujer obedezca a su conciencia.
3. ¿Cuando empieza la vida? El elemento mas delicado de la IVE es sin duda alguna el hecho de que al ponerle fin a un embarazo se interrumpe el proceso de desarrollo de una vida, y de una vida humana por demás.
El respeto por la vida es algo que todas las religiones proclaman. Y el respeto por la vida también es algo que debe garantizar cualquier Estado. Lo que tenemos que preguntarnos es ¿qué entendemos por vida? Vida hay desde mucho antes de que apareciera el ser humano sobre la faz de la tierra, y la hay de múltiples formas. Una entre muchas de ellas es la vida humana.
Y es muy posible que algún día se extinga la humanidad en la tierra sin que por esto millares de otras formas de vida sigan existiendo.
Ahora bien, lo que nos distingue de las demás formas de vida es por un lado nuestro programa genético, programa genético que esta en cada célula de nuestro cuerpo, por ejemplo en los cabellos que nos arrancamos al peinarnos o en las uñas que nos cortamos cada tanto, sin que por ello estemos pensando que destruimos vida humana.
Hoy sabemos que se pueden transplantar muchos órganos de una persona a otra, y podríamos imaginarnos a alguien que viva con un corazón, un riñón, un pulmón, un hígado y hasta el rostro de otra o de otras personas.
No son estos órganos ni su proveniencia quienes definirán a la persona en cuestión, sino es algo distinto.
No es pues el substrato biológico, por muy importante que sea lo que define a esta persona sino es otra cosa. Y es esto otro lo que denominamos la persona humana.
Ahora bien, la doctrina católica proclamada por el Vaticano en la Declaración sobre el aborto inducido de 1974 dice que no se sabe a partir de que momento del desarrollo del embrión o feto se puede hablar de persona humana. Tanto Santo Tomas de Aquino como San Agustín, dos de los más importantes teólogos de la Iglesia católica, pensaban que el embrión en sus fases tempranas de desarrollo no era persona humana. Por esta misma razón, la Iglesia no registra en sus registros en las parroquias a los fetos expulsados en un aborto espontáneo. Tampoco se bautizan. Es decir que aunque se deba respetar la vida del embrión y del feto, por tratarse de vida humana hay una diferencia neta entre estos y un niño nacido. Y por su puesto, hay una diferencia neta entre un embrión o un feto y una mujer.
4. La inconsistencia de la doctrina católica en materia de IVE
La jerarquía suele afirmar que la doctrina de la Iglesia siempre ha sido la misma desde sus inicios. Esto es falso. Lo que es cierto es que el aborto siempre ha sido considerado un pecado grave por la Iglesia. Pero no siempre por las mismas razones. Hasta aproximadamente el siglo 18 se condenaba el aborto como pecado contra el sexto mandamiento, no fornicar. Gracias a la influencia de los maniqueos y de San Agustín, el acto sexual y ante todo el placer sexual eran considerados un pecado. El pecado de la concupiscencia. El matrimonio era el único lugar en el que era lícito copular, pero aun dentro del matrimonio debía observarse la abstinencia carnal durante muchísimos días del año. El único motivo por el cual dejaba de ser pecado el sexo era la procreación. Y por lo tanto abortar significaba o haber cometido un adulterio que se quería encubrir o bien convertir el coito legitimo dentro del matrimonio en un adulterio. Es decir que se había tenido sexo por placer y no para procrear, se había sido incasto, se había fornicado.
A partir del siglo 19 empezó a consolidarse la actitud frente al aborto que lo consideraba ser un pecado uno contra el quinto mandamiento, no matar, que es la razón principal por la cual se condena hoy la IVE. Es esta inconsistencia doctrinal a lo largo de la historia lo que ha impedido que Juan Pablo II pudiera declarar su doctrina relativa al aborto como un dogma de la iglesia. Pues para que haya dogma, se necesita entre otras cosas que una doctrina haya sido consistente a lo largo de los siglos. Pero hay que recordar otro principio muy importante al hablar de la doctrina católica y es el principio de recepción. El Magisterio de la Iglesia es el servicio de la enseñanza de la doctrina de la Iglesia como la va desarrollando el conjunto de esos teólogos y teólogas bajo la dirección de la jerarquía y con la validación de la feligresía. Pues el principio de recepción significa que la feligresía tiene que aceptar esa enseñanza para que sea doctrina legitima católica.
Un mito que se cultiva por quienes rechazan la concepción de la Iglesia como pueblo de Dios es el del poder absoluto del papa en materia de doctrina.
También el Papa tiene que someterse a las leyes de la Iglesia, plasmadas en el Codex Iuris Canonicis y en el Catecismo de la Iglesia Católica, que son documentos históricos, es decir sujetos a modificaciones y reformas a lo largo de la historia de la Iglesia. Ahora bien, probablemente sea ante todo en materia de sexualidad y de justicia de genero que la recepción de la feligresía católica no valida lo que proclaman las jerarquías, muchas veces después de silenciar a teólogas y teólogos que intentan darle forma al sensus fidelium. El sensus fidelium es el sentido común de la feligresía, la cual gracias a ser habitada por el Espíritu Santo también puede leer los signos de los tiempos y comprender el mensaje de Dios tal y como se le va revelando en la realidad vivida. Pues todas y todos somos iglesia. Los obispos – los Pastores sagrados como los llama el Concilio – son solo una parte de la iglesia, aunque una parte importante a la que le debemos respeto como se le debe respeto a cualquier criado, pues están para servirnos. Uno de los títulos honoríficos del Sumo Pontífice de la Iglesia católica – no lo olvidemos – es precisamente el de Siervo de los Siervos del Pueblo de Dios.
En materia de sexualidad y procreación, hay cada vez mayor número de católicos y de católicas que disienten de las posiciones de la jerarquía. La mayoría lo hacen en silencio. Pero mientras estos callan, la jerarquía acapara la atención de los medios de comunicación arrogándose hablar en nombre de toda la feligresía.
Esto distorsiona para la opinión pública el peso de la opinión católica en el debate sobre la reforma de la IVE. Y llego a mi quinto y ultimo punto sobre:
5. El Estado laico y la separación de la Iglesia y el Estado
A pesar de castigar el aborto inducido con la excomunión, el número de mujeres católicas que recurren a la IVE es similar al de mujeres no católicas. Y dato que merece un análisis que no puedo hacer aquí, en los países católicos, el numero de abortos suele ser mas elevado que en otros. Debería hablar aquí de los atenuantes que el mismo CIC impone a la pena de la excomunión, pero opto por dejarlo para la discusión si alguien esta interesado en más detalles.
Como la jerarquía constata, que desde la publicación de Humanae Vitae en 1968 esta perdiendo autoridad en todo lo relativo al comportamiento sexual de la feligresía católica, ha desplegado una la estrategia agresiva de diplomacia que busca imponer a través de las legislaciones civiles los comportamientos ortodoxos que rechazan la gran mayoría e las católicas y los católicos.
Es la única religión que tiene estatus de Estado en Naciones Unidas y lo utiliza para bloquear políticas públicas a favor de los plenos derechos humanos de las mujeres.
Y sin embargo, el Concilio Vaticano II declaro que la separación de la Iglesia y el Estado es cosa buena y sana.
La religión desempeña un papel legítimo dentro del Estado laico. Como también desempeña un papel legitimo dentro del Estado laico el ateísmo  El papel de la religión es reflexionar sobre el mundo en que vivimos desde los principios básicos que definen la fe, para aportar una perspectiva propia al debate publico y ayudarle a cada individuo que se identifique con esa fe a darle sentido y coherencia a su vida.
Pero es la tarea del Estado laico crear leyes que permitan el respeto de todas las convicciones plurales que coexisten en una sociedad. No se les puede imponer a todas las mujeres de un país lo que los dirigentes espirituales afirman ser la doctrina de su comunidad religiosa por la que se deben regir tanto sus feligreses como todo el mundo. El Estado laico es la garantía de la libertad religiosa, aun dentro de la misma comunidad religiosa. El Estado laico le garantiza por ejemplo a una mujer musulmana que no tenga que obedecer los preceptos de un imam, si así lo decide como a una mujer católica no obedecer lo que le dicten curas y obispos.
Para el catolicismo, Dios es un Dios que saca a su pueblo de la esclavitud para otorgarle la libertad. Le ofrece su amor a cada una y cada uno de nosotros pero no lo impone sino que respeta la elección de cada cual. Y es de ese respeto profundo que brota la dignidad humana.
Las mujeres somos agentes morales. Y María, la madre de Jesús, nos puede servir de ejemplo.

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