De los asesinatos de Ciudad Juárez al fenómeno de los feminicidios, por Jules Falquet

[El texto que Jules Falquet nos presenta nació de un trabajo sobre la recomposición de la violencia y sobre la centralidad de la violencia masculina contra las mujeres en el desarrollo contemporáneo del modo de producción neoliberal – entendido como el resultado de la evolución conjunta de las relaciones sociales capitalistas, colonial-racistas y heteropatriarcales.

Feminista y activista en -sus horas libres-, Jules Falquet/1 vivió en Chiapas, México y en El Salvador. Trabaja en los movimientos sociales, en la resistencia a la globalización neoliberal, en la recomposición de la violencia masculina contra las mujeres y en la imbricación de las relaciones sociales de sexo, “raza” y clase.]

Volver sobre los asesinatos como consecuencia de las violaciones y torturas de centenares de mujeres en Ciudad Juárez a partir de 1990, no tiene nada que ver con una voluntad de victimización de las “pobres” mujeres o con la demonización de los hombres especialmente “machistas” de un “lejano“ país del sur. Al contrario, la necesidad de analizar la situación de México se explica por la importancia de este país para el avance del neoliberalismo a escala planetaria, por su papel clave en la construcción de la hegemonía de Estados Unidos, del que históricamente es la reserva de mano de obra, de materias primas y de energía especialmente desde la entrada en vigor en 1994 del Tratado de Libre comercio entre estados Unidos-Canadá -México./2

Este análisis de la violencia asesina ejercida por el conjunto de los “hombres” contra el conjunto de las “mujeres” es una continuación de mis trabajos anteriores /3, situándolos en un contexto histórico, geográfico y político específico- el México “buen alumno” del liberalismo. Se verá como esta violencia va mucho más allá de la profunda misoginia que conocemos desde hace tiempo en diversas latitudes para inscribirse en la lógica de las guerras especialmente complejas y relativamente nuevas. Nos permitirá poner en evidencia una verdadera “guerra de baja intensidad contra las mujeres/4”,que representa la novedad de la vieja guerra capitalista que Rosa Luxemburgo (1915) evocaba en la primera oleada de la globalización cuando señalaba la alternativa a la que la humanidad debía enfrentarse en aquel momento: el socialismo o la barbarie. Comprender la lógica de la actual barbarie neoliberal cien años más tarde supone el inicio de un camino hacia otras lógicas posibles.

¿De qué hablamos cuando hablamos de feminicidio? En realidad, se trata de un conjunto de violencias asesinas de diversa naturaleza contra las mujeres: voy a recordar un cierto número de elementos del contexto y la definición centrándome en Ciudad Juárez y los trabajos de diferentes activistas e investigadoras feministas. En seguida se verá que el o los feminicidios /5 constituyen a la vez una “nueva” forma de violencia específica del neoliberalismo tal como se desarrolla hoy en México, que le resulta muy útil y que tiene su origen en la larga historia del especial control político-militar de este país. En la tercera y última parte, después de haber destacado algunas semejanzas con otros casos de dictaduras y de posguerra en el resto del continente, propondré algunas posibilidades para profundizar en la reflexión.

El aumento de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez

El sexenio de Zedillo (1994-2000) estuvo marcado por el aumento en Ciudad Juárez de las desapariciones y asesinatos de mujeres progresivamente conocido como “feminicidios”. Efectivamente, en esta ciudad fronteriza emblemática de las migraciones del Norte, de la industrialización y de la urbanización espontánea/6, se informa a partir de 1993 de una serie de asesinatos especialmente impactantes: se encuentran cadáveres de mujeres jóvenes, a veces casi adolescentes, con terribles marcas de violencia sexual, violación y tortura. Algunos cuerpos tienen miembros mutilados, incluso están tirados desnudos, a veces en grupos, en el desierto, en medio de terrenos baldíos o basureros proyectando una macabra imagen de barbarie deliberada (González Rodríguez, 2002; Washington Valdés, 2005).

A lo largo de los meses siguientes y después de los años, desapariciones y asesinatos se multiplican. Las familias que buscan a sus desaparecidas o que reconocen los cuerpos, se enfrentan a la negligencia, léase desprecio, y a la agresividad de la policía. Los informes, las pruebas, incluso los restos de los cuerpos se mezclan o se pierden. Las personas que denuncian una desaparición son insultadas, amenazadas y a veces, inculpadas ellas mismas. Frente a la actitud de las autoridades, se forman grupos de mujeres, especialmente de madres, pero también de un círculo más amplio de familiares y amistades, para demandar justicia/7, organizar marchas y campañas para llamar la atención sobre este fenómeno y exigir respuestas, rápidamente apoyadas por el movimiento feminista y por organizaciones nacionales de derechos humanos. Se asiste a algunas detenciones “espectaculares” de sospechosos que tienen las características ideales de chivos expiatorios – dos conductores de autobús, un “egipcio” venido de Estados Unidos , incluso el hermano de una de las víctimas que preguntaba demasiado en las comisarías. Pero rápidamente, los conductores de autobús confundidos muestran a la prensa sus cuerpos cubiertos de quemaduras de cigarrillos; su abogado denuncia haber sido amenazado de muerte y es objeto de atentados (Washington Valdés, 2005). Sobre todo, a pesar de las detenciones, los asesinatos continúan. El miedo se instala en muchas mujeres. Las máximas autoridades, conminadas a actuar, culpan a las víctimas acusándolas de haberse fugado o de ser prostitutas, minimizando los hechos. El gobernador del Estado de Chihuahua en aquella época, Francisco Barrio (1992-1998) afirma que las víctimas “salían a bailar con muchos hombres”. Incluso a propósito de una niña de diez años, insinúa que su dentadura, con signos de caries, denotaba la “desintegración y la desatención familiar” y sostiene que las cifras de asesinatos de mujeres y chicas jóvenes son “normales/8.

Ante la brutalidad de los crímenes y el misterio que envuelve a sus autores, aparecen diversas interpretaciones (Ravela et Domínguez, 2003). Algunas adelantan que las desapariciones y asesinatos podrían servir para realizar “snuff movies” /9 o tráfico de órganos. Numerosas voces destacan que la violencia está permitida por la vulnerabilidad de las mujeres pobres, especialmente de las trabajadoras de las maquilas que después de terminar su turno de noche en la fábrica, vuelven a las cuatro de la madrugada a sus lejanos barrios. El transporte y la iluminación públicas son inexistentes y los (eventuales) autobuses de la fábrica las dejan lejos de su barraca de chapa, solas en la oscuridad. Otras recuerdan fríamente que los barrios de bares del centro de la ciudad están llenos de hombres poco recomendables y que la vida nocturna es sinónimo de múltiples peligros; las que trabajan saben que corren riesgos y peligros.

De forma más global, las características de Ciudad Juárez, se citan a menudo para poner de relieve la existencia de una especie de violencia urbana sin nombre sobre el fondo de una crisis económica y social. La culpa de todo esto habría que buscarla en el caótico urbanismo, la delincuencia común y los efectos colaterales del narcotráfico, cuya implantación comienza a hacerse evidente desde finales de la década de 1980 y se refuerza constantemente durante la de 1990 especialmente alrededor del cártel de los hermanos Carrillo Fuentes/10.

La negligencia y la corrupción, características generalmente atribuidas a la policía, llevadas al colmo en este caso, permiten imaginar diversas formas de corrupción. Efectivamente, el modus operandi de una parte de los crímenes (que implica lugares discretos de secuestro y asesinato, después la conservación del cuerpo durante un tiempo indeterminado, y todavía más tarde transportarlo a considerables distancias) parece indicar la existencia de bandas bien organizadas y que dispongan de numerosas complicidades. Durante el mandato de Francisco Barrio (1992-1998), aparte de otras muertes de mujeres, en total al menos 90 fueron asesinadas siguiendo el mismo esquema de violación, estrangulación o fractura de la nuca, obreras de 15 a 19 años/11. De hecho, las cifras son difíciles de conseguir y cuestionables porque ni la policía local ni las autoridades de Chihauhua, ni las autoridades federales se muestran capaces de suministrar datos fiables y unificados/12. Las informaciones recogidas por asociaciones, -a pesar de escasos medios con los que cuentan y las amenazas que reciben- y por investigadores e investigadoras, están lejos de ser fiables. Según su propia base de datos, Julia Estela Monárrez Fragoso, especialista en feminicidios del Colegio de la frontera norte, contabiliza 382 feminicidios de mujeres y niñas asesinadas entre 1993 y 2004. La antropóloga quebequense Marie-France Labrecque (2012) reseña por su parte 941 feminicidios entre 1993 y 2010/13. Pero, ¿qué asesinatos deben ser contabilizados como feminicidios y qué son exactamente los feminicidios?

Primeras definiciones y diversidad de los feminicidios

Marcela Lagarde, reconocida antropóloga mexicana, que acude a Ciudad Juárez desde 1996 (Devineau, 2012) será con las editoras de la Triple Jornada/14, una de de las primeras en proponer una definición y un marco de análisis claramente feminista para comprender el fenómeno. Se apoya para hacerlo en el trabajo de Jill Radford et Diana Russel de 1992, Femicide: the politics of woman killing, que es la primera antología de la muerte de mujeres en razón de su sexo. Diversas autores analizan en países y épocas diferentes la relación estructural entre odio misógino a las mujeres, violencia y asesinatos. Lagarde retoma y traduce el término inglés defeminicide propuesto por Russel y Radford. Sin embargo, teniendo en cuenta que en español el término femicidio sugeriría algún tipo de simetría femenina de homicidio, prefiere el término de feminicidio. Además, Lagarde añade un concepto específico/15 caracterizado por dos dimensiones: se trata de un crimen de género, misógino, de odio hacia las mujeres que goza de una gran tolerancia social; y el Estado juega un gran papel en su impunidad, lo que constituiría una de sus principales características. (Devineau, 20129). Aunque su uso no se ha estabilizado ni en español/16 ni en francés/17, yo retomo el término feminicidio, no tanto por una adhesión estricta a la teorización de Lagarde- veremos cómo el análisis que se puede hacer del fenómeno es complejo- sino porque me parece que puede evitar el escollo de la simetría homicidio/femicidio.

Por su parte, en su preocupación por el esclarecimiento, Monárrez Fragoso, sugiere distinguir diferentes tipos de feminicidios (2006). Especialmente, propone la categoría de “feminicidios sexuales sistémicos” para los asesinatos de Juárez que impactaron mucho a la opinión pública: mujeres jóvenes, de piel oscura, obreras de zonas francas o estudiantes, encontradas violadas y salvajemente torturadas en escenarios sórdidos. Ahora bien , según Labrecque, estos casos no representan más que el 20% del conjunto de los asesinatos de mujeres censados, o sea 179 mujeres y niñas entre 1993 y 1910. Lo que Monárrez Fragoso denomina “feminicidios íntimos”, es decir, cometidos por un hombre conocido de la víctimas, representarían otro 20% de los asesinatos, 3% sería por “trabajo estigmatizado” (prostitución, travestismo) y finalmente, 58% serían asesinatos “comunes” ligados a simples robos y a la violencia general (Labrecque, 2012;Lacombe, 2014)

Análisis diversos: de la brutalidad masculina a los perversos efectos del neoliberalismo

Para analizar los diferentes tipos de feminicidios/18, Labrecque sugiere recurrir a una perspectiva feminista global en términos de sistema patriarcal ligándolo al sistema de explotación del trabajo de las mujeres, la impunidad fomentada por el Estado, la tolerancia a la misoginia inscrita en la cultura dominante y el poder masculino en la esfera íntima/19. El análisis de Labrecque parece sólido, lo que no sucede siempre con otras explicaciones que se dicen feministas pero que más bien revelan una lectura superficial de género y, en realidad, se revelan como victimizantes y naturalistas. Algunas reflexiones que insisten en la vulnerabilidad de las mujeres, al final no hacen más que ratificar ad nauseam la idea de que las mujeres son (necesariamente todas) vulnerables y que los hombres son (todos sin que se sepa por qué) depredadores sexuales y asesinos potenciales. Así mismo, parte de las explicaciones, ampliamente basadas en el sentido común, que destacan el aumento de la presencia de las mujeres en el espacio público y/o en el mercado laboral, quebrantan las normas de género o amenazan la supremacía de los hombres, plantean algún problema a dichas reflexiones sobre la vulnerabilidad de las mujeres.

Si algunos análisis recomiendan observar las consecuencias de la competencia material concreta entre mujeres y hombres en la mercado laboral (Labrècque, 2012; Falquet, 2010 a, 2012 a), se colocan en una perspectiva de género muy “micro”, en un terreno psicologizante. Ahora bien, poniendo delante la “frustración” masculina o una supuesta “crisis de la masculinidad” se desliza rápidamente por la dudosa pendiente más reaccionaria/20, en la que las víctimas se vuelven culpables de haber trastocado la eterna jerarquía de los sexos.

Entre la impresionante cantidad de trabajos sobre el feminicidio producidos en los últimos veinte años, son más estimulantes las reflexiones que desde una perspectiva estructural y feminista, vuelven a colocar los feminicidios (especialmente los que Monárrez Fragoso califica de “feminicidios sexuales sistémicos”) en el marco del desarrollo de la globalización neoliberal. Una de las primeras en escribir en este sentido es la antropóloga argentina Rita Laura Segato (2005). Para ella, la barbarie falsamente incontrolada ejercida sobre el cuerpo de algunas mujeres a través del feminicidio, debe relacionarse con desarrollo de nuevas lógicas económicas, políticas y territoriales a las que se van a enfrentar diferentes bandas de narcotraficantes que disputan el poder al Estado. Más exactamente, apoyándose en trabajos anteriores que realizó en cárceles (en Brasil) con detenidos condenados por violación de donde se desprendía que el principal motivo de la violación para ellos era “probar cosas“ a otros hombres” (2003), Segato afirma que los feminicidios son un lenguaje entre hombres de grupos mafiosos rivales que se envían mutuamente mensajes por medio del cuerpo torturado de las mujeres. Para ella, se trata de un nuevo lenguaje de terror, de poder y de control del territorio que arraiga en las zonas fronterizas emblemáticas de la globalización. Sin embargo, este brillante análisis tiende a reproducir una gran inclinación hacia la antropología que convierte a las mujeres en objetos y significantes intercambiados entre hombres y no de sujetos.

Por su parte, la filósofa, artista y activista Sayak Valencia trabajó sobre lo que ella llama el “capitalismo gore” (2010). Ella misma originaria de Tijuana, describió la frontera norte de México como el “lado oscuro” de la economía global (mexicana). Para ella, la violencia que caracteriza este capitalismo gore posee un triple rol: eficaz herramienta de mercado, medio de supervivencia alternativo y pieza clave de la autoafirmación masculina.. Valencia aplica los análisis de Michel Foucault y de Achille Mbembe respectivamente sobre la biopolítica y la necropolítica/21, en el caso de la frontera mexicana para describir tres grandes dinámicas. La primera es la transformación del Estado nación en Estado mercado, después en el caso de México, en narco Estado en el que las grandes empresas que generalmente controlan el Estado han sido reemplazadas por los cárteles de la droga , convertidos en verdaderas empresas transnacionales. La segunda es un hiperconsumismo que sustituye al proyecto humanista y a la ética creando una nueva subjetividad al alcance de los que Valencia, -tomando de la literatura medieval española esos seres mitad hombres/mitad monstruos, bautiza como endriagos, que utilizan la violencia como forma de supervivencia, de autoafirmación y de herramienta de trabajo. Retoma el concepto de necropolítica situándolo en el contexto específico de la frontera norte de México. Allí son los propios cuerpos los que se han convertido en mercancías cuya proyección, conservación, libertad, integridad o muerte constituyen otros tantos subproductos. Peor todavía: el cuerpo convertido en la última mercancía adquiere un valor suplementario si está amenazado. Y en la globalización actual, cuyas fronteras son el mejor ejemplo, los sujetos endriagos disputan al estado, ya no el poder clásico sino el control de la población, del territorio y de la seguridad.

Si el ensayo de Valencia es audaz y estimulante, su apoyo empírico se queda corto. ¿Cómo se forman y qué son sociológicamente los sujetos endriagos: por qué los hombres, por qué “todos” los hombres o por qué algunos hombres jóvenes y pobres o bien maduros y ricos y no los otros? ¿Por qué no las mujeres, que ellas también necesitan dinero, autoafirmación y quizás sueñan en circular armadas hasta los dientes en vehículos todoterreno acompañadas de jóvenes efebos a su servicio? Parece que Valencia cede a la compasión creada por la repetición recurrente de discursos masculinistas sobre la “crisis de la masculinidad” y acaba por no considerar a las mujeres (incluso si algunas de ellas pueden convertirse en sujetos endriagos) como un simple decorado de (mis) aventuras de esos sujetos endriagos. Apenas ofrece elementos históricos o sociológicos que permitan comprender mejor como se crean estos individuos tan problemáticos.

Anclaje histórico y político de los asesinatos de Ciudad Juárez

Para encontrar elementos más precisos, hay que dirigirse a la obra de la periodista estadounidense Diana Washington Valdés, corresponsal de El Paso Time /22. A la vista del conjunto de casos que ella misma ha relatado, establece varios “perfiles” de los asesinatos que podrían tener diferentes culpables. Algunos crímenes podrían ser de al menos dos asesinos en serie que siguen en libertad. Otros de narcotraficantes de bajo nivel. Algunos llevarían la huella de dos bandas extremadamente violentas para las que los asesinatos constituirían una especie de iniciación ritual. Washington Valdés apunta también a un grupo de hombres (empresarios, políticos y/o narcotraficantes) suficientemente poderosos para asesinar impunemente antes de completar la lista con una serie de imitadores de todo tipo que aprovecharían la situación para disimular su crimen entre la masa. Sin embargo, detrás de esta variedad de casos, Washington Valdés señala dos elementos comunes. En primer lugar, que el gobierno conoce a los asesinos y a continuación que la inacción de las autoridades oculta inquietantes cuestiones políticas.

En el capítulo titulado “El cártel de la policía”, Washington Valdés recuerda la implicación de ciertos policías federales en una serie de violaciones en México a finales de la década de 1980. Estos oficiales formaban parte de la escolta del subprocurador general de la República en aquel momento, Javier Coello Trejo/23. Washington Valdés destaca que diferentes expertos y expertas estiman que las violaciones en grupo representan una especie de ritual de iniciación en la fraternidad para ciertos policías que colaboraban con el crimen organizado. Más exactamente, los cárteles que operaban en el estado de Chihuahua habrían tejido los lazos con un cierto número de expolicías que habían pertenecido a la Brigada blanca (un grupo paramilitar formado por orden de la presidencia en la década de 1970 para luchar contra la Liga Comunista 23 de septiembre/24), que habrían puesto su experiencia de torturadores al servicio de los narcotraficantes/25. De esta forma, relacionándolos con los fantasmas de la guerra sucia de la década de 1970, Washington Valdés evita un análisis demasiado localista y estático de los feminicidios para colocarlos en una perspectiva nacional y hacerlos entrar por la puerta grande de la historia política (y militar) del país.

Washington Valdés también establece vínculos inquietantes entre los feminicidios y la vida política mexicana de la década de 1990. Destaca especialmente la inacción observada durante todo el periodo de dos hombres particularmente bien colocados: el procurador general de Justicia del Estado de Chihuahua, Francisco Molina Ruiz/26 y su gobernador, Francisco Barrio (cuyas declaraciones ya citadas anteriormente muestran su clara voluntad de minimizar los hechos). Ahora bien, Francisco Barrio es uno de los hombres del PAN/27. En efecto, es el primero en romper el monopolio electoral del PRI/28 alcanzando la alcaldía de Ciudad Juárez en 1983/29. En 1986, al fracasar en el intento de obtener el puesto de gobernador del Estado se encuentra en el centro de un enorme movimiento de denuncia de fraude electoral que hace tambalearse un poco más el sistema priísta. Después de seis años retirado de la vida política, finalmente es elegido gobernador en 1992/30. El tándem Barrio (gobernador) y Molina (procurador) se completa con la nombramiento por parte de Molina, de Jorge López Molinar como subprocurador de la región norte del estado donde el narcotraficante Amado Carrillo Fuentes, apodado el “Señor del cielo/31 está afianzando su cártel

Abogado salido de la ultraderecha universitaria autónoma de Guadalajara y asociado a la organización Desarrollo Humano Integral (DHIAC) ella misma ligada a la organización clandestina El Yunque/32, Jorge López Molinar declaró a propósito de los feminicidios que “muchas mujeres trabajan en las maquilas y como no ganan dinero suficiente para vivir, de lunes a viernes ejercen su trabajo y los fines de semana se dedican a la prostitución. Además como son originarias de diferentes regiones , si les sucede algo, nadie las reclama”/33 y que “lo mejor sería que las mujeres se autoaplicasen un toque de queda”/34. Además, fue muy criticado por Amnistía Internacional por su inacción ante los feminicidios/35. Siendo subprocurador, Jorge Lopez Molinar estuvo en el centro de un sonoro escándalo porque continuaba ejerciendo de abogado, lo que la ley del Estado de Chihuahua prohíbe formalmente. Entonces fue apoyado contra viento y marea por el procurador, Molina Ruiz, sin que el gobernador Francisco Barrio Terrazas tuviera nada que objetar. Por lo menos, es sorprendente que en 2001, después de su victoria en las elecciones, el presidente del PAN, Vicente Fox haya llamado a Barrio como “estrella anticorrupción” y que este haya invitado a Molina inmediatamente como su jefe de seguridad en México/36.

El trabajo de Washingtón Valdés ofrece elementos especialmente interesantes para volver a situar la construcción y la ascensión del PAN en el norte del país, en el decenio de 1990. Si es de conocimiento casi público que a través de la familia del antiguo presidente Salinas (1988-1994) la cúpula del PRI estaba involucrada hasta el cuello en el narcotráfico, no es insignificante constatar que los vínculos parecen igualmente establecidos entre ciertos sectores del PAN y grupos de narcotraficantes. A lo largo de los últimos años, México vio desarrollarse de manera paralela la rivalidad entre el PRI y el PAN por una parte y los cárteles considerados próximos a cada uno de ellos, por otra. En cualquier caso, destaquemos aquí que los vínculos entre algunos panistas y algunos traficantes parecen en parte tejidos alrededor de la impunidad de los feminicidios sexuales sistémicos – de los que no se sabe oficialmente si fueron cometidos por grupos narcos, de sobrevivientes de la guerra sucia, de poderosos hombres políticos o de negociantes de sensaciones fuertes o de una siniestra mezcla de todos ellos a la vez.

Los feminicidios más allá de Juárez: perspectivas continentales e historias de dictaduras y posguerras

La voluminosa recopilación, Terrorizing women. Feminicide in the America de Fregoso y Bejarano (2010)/37 se inscribe en “en la intersección de género, las crueldades del racismo y las injusticias económicas en los contextos locales y globales” situando claramente el análisis del feminicidio en el marco de la economía neoliberal. Terrorizing women propone a la vez acertados análisis sobre el caso mexicano e interesantes comparaciones internacionales. En lo referido a México, un artículo de Deborah Weissman muestra que el feminicidio en Ciudad Juárez no es solamente responsabilidad del Estado mexicano sino también de Estados Unidos, a menudo olvidado, y, más todavía, de actores capitalistas trnsnacionales. Weissman destaca el papel de los dueños de las empresas de ensamblaje y de otros sectores económicos que se organizan desde hace decenios para reforzar la frontera, para abaratar el coste de la mano de obra mexicana, sobre todo femenina. Le responde un destacado artículo de Alicia Schmidt Camacho, que muestra cómo nuevos actores políticos y económicos han desnacionalizado el espacio de la frontera y han creado una verdadera “no-ciudadanía” para las mujeres. Defiende que los feminicidios de Juárez “son el doble fantasma de un proyecto que intenta generar una población feminizada sin derechos directamente apropiable mediante el trabajo y el servicio a la vez en los mercados de trabajo legales e ilegales. La producción de este grupo subalterno ha desencadenado la sexualización del cuerpo de las mujeres mexicanas pobres como un medio de vender la lúgubre y frágil cooperación entre los dos países. Las fábricas de ensamblaje y la industria turística que comercian de forma tan manifiesta con las capacidades físicas de las mujeres mexicanas no son más que los más evidentes emplazamientos que erotizan la hiperexplotación de las mujeres mexicanas”.

La obra de Fregoso y Bejarano también permite comparar el fenómeno del feminicidio en los diferentes países del continente marcados o no por dictaduras o por guerras contrainsurrecionales, especialmente interesante es el caso de Guatemala. Efectivamente, algunos elementos del conflicto guatemalteco de la década de 1980 recuerdan el México de 1990: creación de unidades represivas especiales con el apoyo estadounidense (en particular, las terribles Kaïbiles), creación de milicias contrainsurgentes en el seno de las mismas comunidades indígenas, utilización masiva por parte del ejército de la violación de las mujeres indígenas para obligar a comunidades enteras a abandonar su territorio, impunidad de los antiguos grupos represivos. La obra permite también unir la violencia en tiempos de guerra con la violencia en un tiempo de paz particular: la paz de una posguerra sin reparación social en la que la vida no vale gran cosa, en la que circulan muchas armas en manos de hombres habituados a usarlas y en la que la crisis económica hace estragos. Destaca también los efectos negativos de la impunidad de los antiguos criminales de guerra y el cóctel explosivo que esta impunidad produce con el aumento de la miseria.

Vuelta a los “feminicidios sexuales sistémicos”: tres opciones para profundizar en el análisis

Con todos estos elementos como base, por mi parte, propongo tres opciones de interpretación que sintetizan las reflexiones anteriores y surgieren nuevas perspectivas, en el caso de Ciudad Juárez pero también para entender la dinámica asesina y las diferentes violencias contra las mujeres que se han multiplicado por todo el país, incluso por el continente, a lo largo de los años 2000 con la profundización de la lógica neoliberal.

De entrada, estoy de acuerdo plenamente con los análisis de Weissman y de Smidt Camacho que sitúan la violencia y los asesinatos de mujeres en la perspectiva del abaratamiento del coste de la mano de obra. Focalizar la dimensión sexual de los feminicidios sexuales sistémicos y el sexo de las personas asesinadas- aunque sea por una loable preocupación feminista o por un naturalismo más a menos inconsciente- hace olvidar que las muertes y las personas desaparecidas tenían también posiciones de clase y de “raza”. Más exactamente, la mayoría de los feminicidios sexuales sistémicos afectan a proletarias “oscuras”, a menudo migrantes rurales y trabajadoras pobres-obreras, trabajadoras del sexo, esposas, incluso todo eso a la vez.

Sin embargo, propongo ir hasta el final de la sugerencia de Schimidt Camacho que une el trabajo legal e ilegal o, dicho de otra manera, actividades vinculadas al turismo y actividades industriales en Ciudad Juárez. Para hacerlo, el concepto de “amalgama conyugal” de la antropóloga italiana Paola Tabet (2004) me parece especialmente útil. La amalgama conyugal designa un conjunto de tareas que pueden, según las circunstancias históricas y culturales, ser realizadas por esposas y apropiadas en bloque por los esposos dentro del matrimonio o vendidas separadamente por las mujeres y compradas en el mercado, generalmente por hombres. Según Tabet, la amalgama conyugal se compone de trabajo doméstico, de trabajo emocional, de trabajo sexual y de trabajo reproductivo. En la perspectiva de la apropiación individual y colectiva de las mujeres, teorizada por la francesa Colette Guillaumin (1992) y recuperada por las quebequenses Juteau y Laurin (1988), mostré que una de las tendencias de la globalización neoliberal consistía en pasar de una apropiación privada de las mujeres por los hombres a una apropiación colectiva (Falquet). Esta tendencia implica separar (desamalgamar) las tareas de la amalgama conyugal y hacerlas salir del marco del matrimonio o de la familia para ofrecerlas en el mercado laboral asalariado clásico en el marco de actividades que he llamado “mujeres de servicios”/38 (2008), especialmente el trabajo doméstico y el trabajo sexual. La monetarización de estas actividades, incluso si implica que lograrlas resulta más caro a muchos hombres que cuando los conseguían “gratuitamente” en el matrimonio (gracias a la lógica de la apropiación individual), permite a otras personas, la mayoría hombres, realizar buenas plusvalías en el marco de la explotación neoliberal.

Los feminicidios afectan principalmente a mujeres que por diferentes razones, se encuentran en el exterior de la institución familiar-matrimonial y de la lógica de la amalgama conyugal por lo que constituyen figuras emblemáticas de la globalización neoliberal. Los feminicidios sexuales sistémicos afectan particularmente a este tipo de personas que realizan a la vez la mayor parte del trabajo necesario para la reproducción de los seres humanos (en el interior pero también en el exterior de la institución familiar), pero también una buena parte de la producción agro-industrial clásica y que son justamente aquellas cuya forma de vida más se ha transformado por la nueva organización del trabajo y de cuyo trabajo se extraen las mayores plusvalías. Dicho de otra forma, los asesinatos se orientan a un segmento de la mano de obra central para la reorganización neoliberal de la producción y la impunidad que rodea estas muertes intensifica ese objetivo. ¿Cómo comprender ese objetivo? ¿qué nos dice?

La segunda opción está relacionada con la primera. Propongo ir más allá de la hipótesis de Segato según la cual, los feminicidios de Juárez serían sobre todo un modo de comunicación entre hombres, y más allá de la de Valencia que sugiere que esta violencia no es más que una forma de expresión, un modo de vida y a veces una fuente de ingresos para tipos endriagos, casi siempre masculinos. Sostengo que la violencia feminicida se comprende mejor como dirigida ante todo a las personas asesinadas, es decir, a las mujeres trabajadoras ellas mismas. Se dirige igualmente, en una especie de segundo círculo, a otras personas que comparte las principales características con los objetivos atacados. El conjunto de las mujeres, puesto que el “mensaje” de muerte aumenta la violencia sexual que en los términos de la cultura dominante afecta principalmente a las mujeres. Pero la amenaza también concierne, en el segundo círculo ampliado, al conjunto de pobres, al conjunto de migrantes “oscuros o oscuras”. El mensaje de poder absoluto, de desprecio total, de impunidad potencialmente produce unos efectos sobre sus destinatarios/as directos/as. De entrada, de desmoralización de terror que puede impedirles reflexionar y actuar individualmente y colectivamente. El efecto de aniquilamiento, de desmoralización generalizada y de fatalismo que parece que predomina en México desde el comienzo de la guerra contra el narcotráfico del expresidente Calderón (2007-2012) lo ilustra bien. Después, obligándolos a luchar en otro terreno (encontrar los cuerpos, a los asesinos), la violencia feminicida frena las luchas que esas personas podrían llevar como mujeres, trabajadoras pobres o migrantes (montar un sindicato para reclamar subidas salariales, cuestionar los mecanismos sociales de maternidad que convierte a las mujeres en tan dependientes de un compañero o de un asalariado, por ejemplo). La pregunta es simple: ¿Cuáles son los sectores sociales, políticos y económicos que están interesados en impedir/ disuadir/ retrasar la lucha de las mujeres, de las personas pobres, migrantes, en especial sus luchas contra la dependencia económica y la explotación?

La tercera opción se refiere a las consecuencias sociales globales de los asesinatos de Juárez. El mensaje político-mediático que los rodea merece que nos detengamos en él. El discurso político se organiza alrededor de la reprobación de las víctimas y de la defensa de la impunidad; los poderes públicos han llegado a atacar verbalmente a las personas que denuncian los feminicidios y a menudo se han abstenido de actuar cuando han sido amenazadas incluso asesinadas a su vez. Por su parte, el discurso mediático ha aumentado y amplificado el mensaje horripilante, terrorífico y claramente sexista de los cadáveres puesto en escena por los asesinos. A lo largo de los meses y años, la opinión pública mexicana ha sido bombardeada, saturada de imágenes atroces que incluían el desmembramiento y la mutilación de cuerpos dislocados, irreconocibles como productos despreciables de jóvenes trabajadoras pobres. Hay que señalar que paralelamente México es uno de los países del mundo donde la concentración de propiedad de los medios de comunicación es más elevada, los dos gigantescos imperios mediáticos /39 se consideran cercanos al poder y por otra parte, el ejercicio del periodismo independiente es muy peligroso. Por ejemplo, según el Comité para la protección de periodistas, entre diciembre de 2006 (llegada la poder del presidente Calderón) y 2010, veinte periodistas y tres personas empleadas de prensa fueron asesinadas y otras siete desaparecieron/40.

Se pueden destacar tres efectos de este discurso político y mediático dominante. El primero, en la perspectiva abierta por el Combahee River Collective seguido de una oleada de asesinatos de mujeres casi todas negras, en Boston en la década de 1970 (Falquet, 2006) pero también en la línea de los análisis de Judith Walkovitz referido al tratamiento inglés del caso de “Jack, el destripador” (1982): ese discurso contribuye a “aterrorizar a las mujeres” y a “normalizar” su comportamiento. El mensaje es que las mujeres deberían ponerse bajo protección masculina-familiar, restringiendo su movilidad y sus comportamientos, no solamente como posibles objetos de “deseo” sexual masculino sino también en materia de actividad profesional. Después, enfocando a veces de forma complaciente, la dimensión sexual de la violencia en el “sexo” y la “moralidad” de las víctimas, el discurso dominante desvía la atención de los componentes sociales de clase y de “raza” que también están en juego en los crímenes.

El discurso (y las prácticas) de terror e impunidad participan en un proceso de insensibilización social que afecta al conjunto de la población. Se sabe que después de un primer un momento de rebeldía, después del asco, el horror tiende a anestesiar las conciencias y a quitar a las personas las ganas de rebelión e incluso de organización. La relación con los contextos de (pos)guerras y de (pos)dictaduras de otros países del continente, en los que el asesinato de mujeres parecen haber aumentado desde el año 2000, aproximación sugerida por le obra de Fragoso y Bejarano, y los trabajos cada vez más numerosos en otros países de la región, son ricos en enseñanzas. En efecto, podemos apoyarnos en algunos trabajos en psicología social de la guerra. El investigador jesuita asesinado en Salvador, Martín Baró, (1990), había mostrado que el uso público de una violencia extrema y su llamativa impunidad constituyen poderosos instrumentos de estrategias de la “guerra de baja intensidad” enseñada en la Escuela de las Américas y aplicada en la región a lo largo de las décadas de 1970 y 1980. Si queremos colocarnos bien en esta perspectiva, de nuevo, el asesinato de las mujeres se encontraría situado en una historia política y militar más amplia que la ciudad de Juárez de los años 90 del siglo pasado y potencialmente inscritos en la estrategia mucho más amplia del control social por el terror.

Evidentemente, no existe un “cerebro” que, detrás de los feminicidios sexuales sistémicos de Juárez o de forma más amplia, detrás de la violencia generalizada desencadenada contra las mujeres, haya planificado una estrategia global de terror contra ciertos segmentos de mano de obra laboral en algunas regiones emblemáticas del mundo (frontera entre el Norte y el Sur, zonas potencialmente ricas, países con fuertes luchas sociales y por ello en situación de guerra o de posguerra) y de actividades especialmente rentables en la era neoliberal. Sin embargo, en lo concerniente a México, es innegable que el fenómeno de los asesinatos de Juárez, los discursos dominantes y las prácticas de los poderes públicos que les han acompañado, sin duda han contribuido a crear un clima de terror en ciertos sectores sociales y a producir en el conjunto de la sociedad mexicana una cierta insensibilización a la violencia asesina, a asentar su “normalidad” y a construir la idea de la impunidad de esta violencia. Esta violencia es el fruto de una historia política, económica y militar perfectamente rastreable, con actores claramente identificables y alianzas internacionales precisas con países del Norte como Estados Unidos, Francia e Israel (implicados en la instrucción militar, la venta de armas y la experiencia) y no de cualquier barbarie machista incontrolada salida de una juventud masculina pobre de los países del Sur. Tampoco se trata de la natural la vulnerabilidad de las mujeres incluso empobrecidas y “racializadas”.

Sin embargo, esto en nada invalida los análisis feministas de la violencia masculina contra las mujeres, sobre todo, conyugal o familiar. Al contrario, las reflexiones que propongo aquí, incluso más allá de México, intentan profundizar en los trabajos feministas sobre la violencia aportando un anclaje sólido en la historia, la geografía y la economía-para evitar todo naturalismo y toda generalización abusiva (en términos de sexo pero también de “raza” y de clase), sobre los responsables directos e indirectos de la violencia y sobre las personas afectadas tanto en términos individuales como colectivos.

En resumen, estos elementos de análisis de la violencia asesina masculina y sistémica contra las mujeres se inscriben en las reflexiones más amplias sobre la globalización. Además he trabajado sobre aspectos “consensuados” de la globalización neoliberal, sobre todo, sobre la manipulación de los discursos “pro mujeres” y “de género” por parte de las instituciones internacionales y algunos estados esencialmente miembros de la OCDE (2008). Ahora bien, si continúo diciendo que las mujeres como fuerza de trabajo (en sentido amplio, incluyendo los trabajos de reproducción social y de procreación) y el endurecimiento de las relaciones sexuales de sexo constituyen elementos centrales del neoliberalismo, me parece necesario añadir un análisis más sistemático de las amenazas y la violencia que se ejercen en función del género tan brutales y tan claras que a veces, nos ciegan. Ya es hora de que volverlas a introducir en la reflexión para combatirlas y poder vislumbrar vías de salida a la mortífera lógica del neoliberalismo.

Notas

/1 Maîtresse de conférences HDR en sociología en la Universitdad Paris Diderot (CEDREF-LCSP). Autora de De gré ou de force. Les femmes dans la mondialisation. Paris : La Dispute. 214 p (también publicado en español), prologuista (“Au-delà des larmes des hommes”) del libro de Pinar Selek, 2014, Devenir homme en rampant. Service militaire en Turquie : construction de la classe de sexe dominante, Paris : L’Harmattan, ha publicado y traducido numerosos artículos y números de revista: http://julesfalquet.wordpress.com/

/2 Este artículo está extraído de un trabajo pendiente de publicación que presenta la historia política y económica de México hasta los años 2000 y al que debe seguir otro capítulo sobre la situación mexicana después del 2000, que incluye las transformaciones vinculadas con el cambio del país de las manos del RI a las del PAN en el 2000 y el aumento del narcotráfico bajo el mandato de Calderón y su sangrienta a partir del 2007 , el retorno de los “dinosaurios del PRI con al victoria de Peña Nieto en 2012, los cambios en la situación especialmente en Michoacán, con la aparición de los Caballeros templarios después de las autodefensas. Así mismo, conviene discutir nuevas estrategias de guerra de “baja intensidad” a lo largo de todo el periodo y del papel de los actuales programas contra la pobreza cuyo objetivo principal son las mujeres.

/3 Me apoyo en numerosos trabajos anteriores: Falquet 2012 a y b, 2011, 2010 a ey b, 2008 y 1997.

/4 Falquet, Jules, 1997. « Guerre de basse intensité contre les femmes ? La violence domestique comme torture, réflexions sur la violence comme système à partir du cas salvadorien »,Nouvelles Questions Féministes, 18, 3-4, pp. 129-160. En línea : http://www.reseau-terra.eu/article541.html

/5 Se verá que existen una gran variedad de análisis y diferentes conceptualizaciones del fenómeno en singular o en plural.

/6 Un tercio del empleo en las maquiladoras en México se concentra en Ciudad Juárez, cuya población ha triplicado en treinta años (pasando de 0,4 a 1,3 millones de habitantes entre 1990 y 2000).

/7 Existe una abundante literatura sobre numerosos grupos de luchcha contra el feminicidio que se crearon en Ciudad Juárez y en el resto del país, a pesar de las fuertes amenazas, incluso los asesinatos que sufren sus militantes. Se pueden consultar las páginas de dos de las principales organizaciones: Casa Amiga (México) http://www.casa-amiga.org/ y Nuestras Hijas de Regreso a Casa (México) http://www.mujeresdejuarez.org

/8 http://www.cimacnoticias.com.mx/node/29369

/9 Película, generalmente pornográfica que filma la tortura y muerte de una o varias personas.

/10 Históricamente, un de loss primeros cárteles de México es el de Guadalajara. En su escisión en 1989, el futuro “capo” Guzmán funda el áartel de Sinaloa, mientras que la familia Arellano Felix funda el cártel de Tijuana. Después del declive de Tijuana como corredor de paso de la droga, Ciudad Juárez se convierte en un desafío de primer orden. A partir de 1993, la ciudad pasa al control de los sinaloenses alrededor de los hermanos Carrillo Fuentes, que forman el cártel de Juárez. Amado Carillo Fuentes, arrestado en 1989 pero liberado por falta de pruebas, apodado el “señor del cielo” por su flotilla de 25 aviones y convertido en uno de los hombres más rico del mundo, gozaba de una red de complicidades en la policía y el ejército.

/11 Según la ONG mexicana Elige, miembro de la campaña “Ni una muerta más”.

12 Aunque las investigaciones se multiplicaron a partir de los años 2000, sigue faltando un verdadero seguimiento oficial y unificado.

/13 La violencia aumentó más que nunca a partir del sexenio de Calderón (2006-2012)

/14 Se trata del suplemento feminista del diario la Jornada.

/15 Propone crear una tipificación jurídica específica del delito. Para su acción que se desarrollará bajo el mandato de Fox, se verá en el capítulo siguiente.

/16 En Costa Rica, Montserrat Sagot et Ana Carcedo (2002), que trabajaban desde hacía tiempo sobre la violencia contra las mujeres, prefirieron el concepto de femicidio, por “adoptar” la elección inicial de Russel y Radford, incluso proponiendo a continuación categorías específicas: mujeres asesinadas por sus compañeros/ en el contexto familiar/en el contexto de una agresión sexual/con signos de tortura, violación, marcas en el cuerpo o mutilaciones/encontradas desnudas en un marco anónimo. Toda una serie de investigadoras y activistas centroamericanas hicieron también esta elección. Del mismo modo, Sagot et Carcedo trabajaron el concepto de los “escenarios” del feminicidio (de pareja, familiar…), destacando la aparición de nuevos escenarios al final de la década de los 2000: trata y tráfico de seres humanos, asesinato de mujeres migrantes, explotación sexual comercial (Sagot & Carcedo, 2002; Devineau, 2012).

/17 En abril de 2014, la comisión general de terminología y neología (Delegación general de la lengua francesa y de las lenguas de Francia- Ministerio de Cultura) realizaba audiencias de especialistas en las violencias contra las mujeres y en especial la traducción de términos (español e inglés): feminicidio/feminicide y crimen de género/gendercide.

/18 Asistimos progresivamente a una extensión de la categoría de feminicidio, que por una parte, califica así cualquier asesinato de mujer, y por otra, pasa a designar a fenómenos tan distintos como los abortos selectivos de fetos XX, el mal acceso a la sanidad que provoca la muerte y diversas formas de violencia.

/19 Revelaría una perspectiva antihistórica y universalizante. Pero precisamente, Labrecque consagra su obra a historiar, contextualizar y desculturizar los feminicidios.

/20 Sobre el movimiento masculinista y su ideología: Blais & Dupuis Déry (2008), Collectif stop masculinisme (2013).

/21Para decirlo rápidamente, el concepto de necropolítica invierte la proposición foucoltiana de la biopolítica: el poder y la soberanía se expresarían a partir de ahí por el hecho de decidir, ya no más quien vive y cómo sino quien muere y de qué forma -por una sumisión creciente de la vida a la muerte.

/22También se puede consultar su blog : http://dianawashingtonvaldez.blogspot.fr/

/23Dos de ellos formaban parte de la misma familia.

/24 Fundada en 1973 en Guadalajara, la Liga Comunista del 23 septiembre eleigió ese nombre en recuerdo del primer grupo de inspiración “foquista” mexicano que en 1965, en el Estado de Chihuahua, intentó asaltar un cuartel. La LC 23 será la más importante organización de guerrilla urbana de los años 70. Relacionada un un fuerte ascenso de la conflictividad social, después de la masacre de estudiantes del 2 de octubre 1968 en Tlatelolco, después de la de la manifestación del 10 de junio de 1971, comenzaron diez años de un conflicto sordo pero mortífero. Frente a la brutalidad asesina del gobierno de Díaz Ordaz (1964-1970), qui recurrió a la formación de grupos de choque como suplemento de la policía (estrategia hoy reconocida como de “guerra sucia”), más de una veintena de organizaciones armadas urbanas de dimensiones y y posiciones políticas muy variadas, urgieron principalmente en México DF, Guadalajara y en las ciudades del norte: Monterrey, Chihuahua et Culiacán.

/25 En cuanto a los vínculos entre los cárteles y grupos de delincuentes locales por una parte y entre cárteles y policía por otra, según el minucioso trabajo de Julie Devineau, además del tráfico de drogas, el cártel de Juárez “protege también a otros grupos de Ciudad Juárez al margen de la legalidad, el primer lugar, a las pequeñas bandas criminales que operan en la ciudad. Siempre según Molina Ruiz, “estas bandas funcionan como una asociación de sindicatos que trabajan a la sombra de Carrillo, que les permitía trabajar y les ofrecía protección […]”33. En ese sentido, Amado Carrillo, como proveedor de seguridad privada, probablemente fuer el precursor de la dinámica mafiosa aplicada en las organizaciones mexicanas del narcotráfico” (Devineau, 2013). Parece que muere en 1997, a resultas d e una operación quirúrgica plástica, abriendo una sangrienta guerra de sucesión hasta en los bares y restaurantes del centro de la ciudad. El cártel de Juárez “contrata” entonces una banda de delincuentes local, los Aztecas, formada desde los años 80 en una cárcel de Texas. Siempre según Devineau, “es en el interor de la misma policía y del sistema judicial donde aparece “La línea”, un grupo que se convierte en el “brazo armado” de cártel a partir de 2002-2003, y cuyo jefe (Juan Pablo Ledesma) se convierte en el n°2 del cartel (Devineau, 2013).

/26 Francisco Molina Ruiz fue nombrado en enero de 2007 por Calderón, responsable de la Contraloría Interna de la Procuraduría General de la República.

/27 Partido de Acción Nacional, calificado de derechas (nacionalista).

/28 Partido Revolucionario Institutionalizado, en el centro de la vida política mexicana desde la revolución.

/29 Acaba de entrar este mismo año en el PAN.

/30 Desde 2009, Francisco Barrio fue nombrado embajador en Canadá, y participó en las “primarias”internas de PAN para ser candidato presidencial en 2012.

/31 Así denominado por su control de rutas aéreas y su flotilla de avionetas.

/32 El Yunque es una organización secreta de extrema derecha fundada en 1955 en Puebla para defender la religión católica contra “el comunismo, la masonería y el pueblo judío”.

/33 Elizalde, Triunfo; Muñoz, Alma, 1998. Apatía y sexismo de autoridades en Chihuahua : CNDH ; La Jornada, 25 mai 1998, http://www.jornada.unam.mx/1998/05/25/sexismo.html

/34 Declaraciones recogidas en el periódico Espartaco No. 21, otoño-invierno de 2003 :http://www.icl-fi.org/espanol/oldsite/juarez.html

/35 La Red Noticia, Edición No. 27 / Año 4, 7 octobre 2009.http://www.larednoticias.com/noticias.cfm?n=3374

/36 http://www.mujeresdejuarez.org/el-gobierno-sabe-quienes-son-los-asesinos…

/37Se puede consulta el informe que ofrecí de la obra sobre el que me he basado aquí (Falquet, 2011).

/38 Incluso si pueden ser realizadas por miembros de la clase hombres, que en ese caso, generalmente están “feminizados” (vinculados con su posición de “raza” y de clase y, especialmente por su condición de migrantes).

/39 Grupos Televisa y TV Azteca.

/40 Comittee to Protect Journalists CPJ (basé à New York), The sound of silence, Reportaje del 8 de septiembre de 2010, New York. http://www.cpj.org/americas/mexico/ y ademáshttp://www.interet-general.info/spip.php?article14493. La nueva ley para los medias (2014), que restringe considerablemente la difusión de as informaciones sobre la guerra interna que vive México, merece un análisis aparte.

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En PDF.

Fuente: Viento Sur

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